martes, 3 de julio de 2012

Lunares



La luna, esa enorme piedra
flotando sobre nuestras cabezas,
creciente, llena, redonda, brillante,
eterna, solemne, nueva, menguante...
todas sus fases se confabulan
para alternar alegrías y tristezas,
para despertar pasiones
y lubricar tibiezas.

Si no existiera la luna,
habría que inventarla:
ningún poema de amor
estaría completo
sin el resplandor
del astro quieto
en el firmamento,
colgado del cielo
como un ornamento.

Ningún poeta digno de respeto
puede prescindir de la luna.
Alguna vez tendrá
que componer un soneto,
una oda, un epigrama
al astro nocturno que engalana
el negro techo del planeta.




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