sábado, 12 de mayo de 2012

Llueven balas



La imagen anterior corresponde a una bala que mi esposa recogió esta mañana, en la terraza. Dicha terraza constituye nuestro lugar de escape; el sitio que nos permite estar al aire libre, de noche, sin correr peligro alguno (o por lo menos eso pensábamos). Solemos instalarnos allí cuando comienza a atardecer, provistos de unos tragos, a escuchar música y a hablar pajita. Nos sentimos felices, si me perdonan la puerilidad.

Pero ahora llueven balas. Del cielo caen proyectiles, salidos del arma accionada por algún irresponsable. No es la primera vez que ocurre: ya en otra ocasión encontramos una bala, justo la mañana siguiente a una fiesta que una de nuestras hijas celebró precisamente en la terraza. Suponemos que La bala de hoy fue disparada al aire, pues está bastante bien conservada, es decir, sin las deformaciones que tendría de haber sido disparada hacia un objeto cercano. No se nada de armas ni de municiones: supongo que corresponde a un calibre pequeño, tal vez 38 o menor. Pero una bala, así venga en caída libre, si te cae en la cabeza puede herirte seriamente, tal vez hasta pueda matarte. No se si ahora podremos instalarnos con la misma tranquilidad en la terraza. Tal vez el fantasma del miedo nos obligue a guarecernos, buscando la protección de las consabidas cuatro paredes.

Hace algunos años escribí un pequeño texto que creo viene al caso:



"Uno de los temas mas abordados por Borges, casi pudiera decir que su ‘leit motiv’, es el laberinto. En su cuento ‘El jardín de senderos que se bifurcan’ propone un laberinto infinito, que se desarrolla en el interior de un libro. Una noche reciente, acabando de releer el cuento en cuestión, me acosté algo inquieto. Tal vez el calor, tal vez demasiado café, posiblemente intrigado por el significado del cuento, no pude conciliar el sueño. Puse mi mente en automático, a divagar, tratando así de burlar el insomnio. Casi fatalmente, llegué al tema predilecto de Borges.  Un laberinto infinito. ¿Como crearlo? Debe ser imposible.

De repente, un disparo aislado en el silencio de la noche me proporcionó la clave: ya tenía mi laberinto resuelto. El método es sumamente sencillo: como punto de entrada al laberinto se escoge el sitio en donde se produce ese primer disparo. El resto es descontado: se espera la repetición del hecho, y se traza una línea imaginaria entre ambos puntos. El procedimiento se repite para todas las ocurrencias de ese evento, es decir, un disparo aislado. Tendremos de esa manera un laberinto infinito, que sabemos donde empieza pero no donde termina. Este método tiene, no obstante, una debilidad: el laberinto podrá dejar de ser eterno para una persona cuando el disparo aislado en la noche, la consiga en su trayectoria.

A partir del momento en que maquiné mi laberinto infinito, no he tenido mucha paz. No puedo evitar sentir un estremecimiento al escuchar esos balazos que de vez en cuando se escuchan, partiendo la noche".


Pues ese texto, pensado como un ejercicio de imaginación, me vino a la mente con el episodio de esta munición caída del cielo. Uno oye hablar del desarme de la población, así en abstracto, y piensa que es necesario pero utópico. Pero cuando tiene el objeto concreto en la mano, esa bala, entiende que existe la posibilidad real de morir baleado como un mismo pendejo mientras se toma un whiskicito al fresco de la noche, porque a un individuo le pareció gracioso soltar unos cuantos tiros hacia el cielo. Entonces empiezan los escalofríos y se clama por una solución definitiva a este problema. Ojalá el destino no nos depare una bala perdida, ojalá no seamos el punto final del laberinto.

domingo, 6 de mayo de 2012

Caracas, la posible.



Cuando pequeño, habitante de Bello Monte, el hecho de salir a pasear de noche por las calles aledañas era algo cotidiano, común y corriente. Teníamos amistades que vivían en Chacaíto, en la calle Villaflor de Sabana Grande y en la calle Negrín, por poner unos cuantos ejemplos, y un par de veces a la semana íbamos a visitarlos, regresando a casa a altas horas de la noche. Caminando pues no teníamos automóvil, aún. Eran los años 60, en sus postrimerías; jamás nos ocurrió ningún evento del cual lamentarnos. 

Ya en los 70 las cosas comenzaron a cambiar: los arrebatones en la calle comenzaron a ser habituales, operados  por motorizados o por carteristas "de a pie". Y en los edificios se empezaron a conocer los atracos. Claro, las entradas no poseían ningún tipo de seguridad, y cualquiera podía traspasarlas. Creo que fue a partir de entonces que comenzó el deterioro paulatino de la vida ciudadana. Poco a poco llegamos a lo que somos ahora: ocupantes de una ciudad abiertamente peligrosa, que nos  acecha en cada esquina, y nos hace suspirar de alivio todos los días, cuando los familiares llegamos a casa y estamos a buen resguardo (aunque siempre queda la paranoia de una intrusión nocturna en el hogar,  algo que no es descartable en lo absoluto). Nos autoimponemos una suerte de toque de queda que se infringe solo cuando es estrictamente necesario. Ya el placer de pasear por pasear de noche se nos olvidó. La ciudad está fortificada, solo que no para evitar potenciales invasiones de naciones extranjeras, sino para defendernos de nuestros propios conciudadanos. Cada urbanización, cada edificio, cada casa, es una ciudad-estado en miniatura;  para poder entrar en ellas necesitamos un salvoconducto. Las garitas se han vuelto parte del paisaje urbano, y los vigilantes decretan quien pasa y quien se queda. El derecho al libre tránsito es hoy por hoy una quimera, derogado de facto por la inseguridad. 

Eventos como el Festival de lectura nos reconcilian con esta maltratada y maltratadora ciudad. El mero hecho de poder estar al aire libre, de noche, sin sentir desasosiego, y de paso disfrutar de propuestas culturales de calidad, como el monólogo de ayer de Leo Felipe Campos, o la presentación del libro "Caracas muerde" de Héctor Torres, por mencionar dos, es algo que nos saca de nuestros habituales esquemas de pensamiento, sobre lo hostil e invivible de Caracas. Voy a referirme a esos actos culturales: a pesar de que ambas propuestas giraron en torno a la fatalidad, cada una nos dejó una enseñanza valiosa. 

Héctor Torres sostuvo una amena conversación con Alberto Barrera, en la cual ambos escritores intercambiaron una serie de ideas centradas alrededor de la temática del libro que se estaba presentando. Por supuesto dirigidas hacia darlo a conocer pero, más allá de eso, pensadas como una especie de redención de la ciudad. El caraqueño ha adoptado el recelo y la desconfianza como armas para poder desenvolverse en el día a día de la caótica urbe, es cierto. Mientras más invisibles mejor, parece ser la norma. Sin embargo existen situaciones rescatables; siempre podremos encontrar la proverbial flor en medio del barro. La lectura de párrafos claves del libro por parte de Alberto Barrera, y los comentarios respectivos del autor, fueron un apetecible entremés que despertó la curiosidad de la audiencia. En palabras de Héctor, Caracas muerde, es verdad, pero no todos los mordiscos son malos. Quedamos pendientes de adquirir el libro y disfrutar de la amena y crítica escritura de Torres.

El acto de Leo Felipe Campos fue una suerte de monólogo, centrado alrededor de una idea: lo que no nos mata nos fortalece. Luego de una jocosa introducción a cargo del gran narrador y poeta José Tomás Angola, quien se deshizo en elogios intencionalmente altisonantes y divertidos hacia Campos - a quien denominó siempre con el epíteto de "escritor criollo", logrando gran alborozo en el público - se subió al escenario un visiblemente herido personaje (interpretado por Leo Felipe) quien, apalancado en la obra de Viktor Frankl y sus vivencias en los campos de concentración de la II guerra mundial, nos puso ante una idea inquietante: si no hubieran ocurrido algunos acontecimientos terribles en la historia de la humanidad no tuviéramos una conciencia colectiva de los límites de la maldad humana, y tampoco contaríamos con herramientas para contrarrestarla. El monólogo tuvo momentos de tensión, como cuando Leo emplazó a una muchacha de la audiencia a imaginarse como víctima de una violación. Hasta que no le sucede algo a uno, es imposible saber. Uno puede imaginar, pero solo la experiencia directa nos pone en contacto con esa realidad, y nos da a conocer nuestro potencial de recuperación. Acompañado por una botella de Jack Daniels (de vital importancia para el monólogo) y libando a ratos un vasito de dicho licor, nos obligó a cuestionarnos nuestras prejuicios y puntos de vista.

Éstos fueron los actos que pude presenciar, pero se que hubo muchos otros; se necesitaría el don de la ubicuidad para atender todas las propuestas. Este tipo de eventos nos deja una enseñanza: con un poco de esfuerzo e inteligencia podemos recuperar la amabilidad de nuestra urbe. Aunque podemos hacer una analogía entre esta iniciativa y los operativos que de tanto en tanto instrumentan las autoridades, signados por la temporalidad y la coyuntura, es un inicio. Como ciudadanos tenemos el derecho de disfrutar los espacios públicos sin más obligación que el respeto al otro, y los servidores públicos tienen el deber de garantizarnos dicho derecho. 

jueves, 3 de mayo de 2012

Diez canciones para cantar en la ducha, o en los largos viajes en carro

Eso, pues. Canciones que disfruto tararear (decir cantar es una osadía, para mis miserables cualidades vocales). Canciones que evocan una época, una situación, o simplemente me gustan.

1) Losing my religion - REM


Siempre digo que el CD Out of time es el placer culposo dentro de mi colección musical. Bueno, ya no lo es pues pasó a mejor vida, aparentemente no es buena idea dejar los cedés en la guantera del carro bajo los soles inclementes que a veces nos acosan. Pero divago; digo que es el placer culposo pues se aleja años luz de lo que escucho habitualmente, de la música que (pienso yo) me define. Sin embargo el álbum en general y esta canción en particular los puedo escuchar en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia.

2) Dune mosse - Zucchero


Este caballero nació en el sitio y el momento equivocados. Pertenece por derecho propio al sur de los EEUU, en los años 40. Hace un blues con un sentimiento único, para mi gusto. Ojo, esta no es una canción representativa de lo que estoy diciendo, pero aún así conserva ciertos elementos del blues aunados a la tradición letrista italiana.

3)Personal Jesus - Depeche mode, versionada por Johnny Cash


Un gran amigo de reciente adquisición me pasó un día una carpeta de música. Dentro de ella había una subcarpeta llamada "Johnny Cash". Me sorprendió sobremanera esa recomendación, pues asociaba a Cash con uno de los estilos musicales que menos disfruto, el country. Pero estaba equivocado por lo menos en lo concerniente a la selección que me había pasado: son versiones de canciones de otras bandas, grabadas al final de la vida de Cash, con un sentimiento que llega muy hondo.

4) Twist in my sobriety - Tanita Tikaram


De un poema que escribió en su adolescencia, esta desaparecida mujer compuso una canción con la que hice empatía desde el momento en que la escuché. Lástima que ella se haya quedado en el camino (hasta donde tengo entendido).

5) The letter -  Wayne Carson Thompson, versionada por Seasick Steve


The letter es un clásico del que poco se puede decir que ya no se haya dicho. Llevada a la fama por Joe Cocker, reapareció en la voz de este señor bluesista, que hace una versión bien particular de ella. Si son aficionados al show de Josh Holland tal vez lo hayan visto alguna vez.

6) Via del campo - Fabrizio de André


¡Fabrizio, que grande eres! Genovés trasplantado en Cerdeña, es un poeta prestado a la canción, y un gran crítico social. En sus textos conviven prostitutas, perdedores, señoras de la alta sociedad y gigolós, descritos    de manera precisa e ingeniosa, a ratos tierna, a ratos dura. Esta cancioncita es un ejemplo de ello, y termina con una frase que dice: "de los diamantes no nace nada, del estiércol nacen las flores".

7) Perla negra - Yordano


Hablando de poetas urbanos, Yordano es el nuestro. Recuerdo haberlo visto en el fallecido Estudio Mata De Coco, a mediados de los años 80, estrenando esta canción. A partir de ese momento quedó inscrita en mi repertorio.

8) As tears go by - Rollings Stones.


Los Stones nunca significaron mucho, para mí. Soy más adepto a Los Beatles, me parecen mejores en todo sentido. Sin embargo esta pieza me coloca en un estado nostálgico que no puedo evitar sentir cada vez que la escucho.

9) Funeral for a friend / love lies bleeding - Elton John


Esta es una de esas canciones míticas, que alguna vez escuché por radio pero nunca tuve la manera de tener en mi colección, hasta que apareció Youtube. Un pomposo intro, y luego un Elton John en su apogeo.


10) Ashes are burning - Reinassance



En mi concepto la mejor voz femenina en el mundo del rock, Annie Hasslam. Es sublime escucharla, y la banda hace lo suyo también.