La condición de peatón, obligada por la ausencia de repuestos que tiene al carrito familiar parado cual pisapapel en la acera, me ha forzado a realizar una suerte de comercio de cabotaje por los negocios de la zona. No me quejo en demasía, pues por lo menos algo de ejercicio tengo que hacer a juro. Cada una de estas travesías supone una caminata de alrededor de una hora por la escarpada geografía de mi zona, lo que ha endurecido mis batatas. Lo divertido es que, con mi bolsa de compras terciada al hombro, me siento como esos exploradores que salían a buscar provisiones por los alrededores de su campamento.
Hoy fui a dos sitios: al automercado Luvebras, de Horizonte, y a la licorería Calobos, casi al lado. En el automercado habilitaron una caja para pagar en divisas -el cambio lo calculaban hoy a 11.800 Bs-, y no es solo eso lo peculiar, sino que en ella había cola. Unos cuatro carritos aguardaban su turno, y el trámite era algo engorroso, pues no dan vuelto, y las compras deben ser calculadas al céntimo; al límite, aceptan pagos mixtos para completar el importe. En la licorería son más flexibles, y sí dan vuelto en bolívares. Por lo menos ese fue el trato que le dieron al cliente que estaba delante de mí, que pagó con un billete de 10 $ una caja de cigarros. Le dieron ocho billeticos de 1 $ y un fajo considerable de billeticos en nuestros devaluados, casi ficcionales, bolívares.
¿Cuánto tiempo puede continuar así nuestra economía? ¿De dónde salen tantos dólares? No tengo ninguna respuesta para ambas interrogantes. Vivimos en una dolarización de hecho, en un país en el cual el sueldo mínimo ya debe andar por debajo de los cinco dólares, y se cancela, en la gran mayoría de los casos, en la triste moneda nacional que se devalúa día a día.
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