domingo, 7 de julio de 2019

La burbuja


Estaba en mi momento sibarita del día, entendiéndose por sibarita el sibaritismo que esta situación calamitosa que vivimos permite. Es decir, tomándome un trago de ron para acompañar el tabaquito que había comprado un poco antes en la licorería de la Rómulo, esa que se caracteriza por la cola a la entrada, más que nada causada por la lentitud del dueño, que de un agite no se va a morir. Pero perdonen la divagancia. Estaba fumando, pues, y sin quererlo, mis ojos se fijaron en el cenicero que estaba utilizando: uno de esos objetos de cristal, muy trabajados y pesados, que deberían tener una finalidad más noble que la recoger cenizas. Ese cenicero, valga la aclaratoria, está en mi vida desde la infancia, pues es uno de los objetos que guardo de mi casa paterna. Es decir, que tengo tal vez cincuenta años viéndolo. Y no fue sino hasta hoy que noté el detalle: esa pieza de cristal tiene un defecto minúsculo, casi que imperceptible. Una pequeña burbuja de aire en su interior. Me pareció curioso, ya que fue como descubrir un defecto oculto en alguien a quien conocemos de toda la vida, y damos por sentado que no hay nada desconocido para uno, en él.

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