lunes, 15 de julio de 2019

La república que no conocí

Nunca tuve la oportunidad de participar en la bohemia que transcurría en Sabana Grande, esa de la cual la mayor exponente fue la célebre y celebrada República del Este. Tanto por edad -era apenas un muchacho imberbe en los años 70- como por temperamento. No hubiese tenido el nervio ni el arrojo necesario para entrar en el corro que se formaba alrededor de los oficiantes de aquel particular rito. Pero sí me llamaba profundamente la atención, dada mi incipiente afición por la literatura. Sin embargo, de alguna manera tuve algo de interacción con lo que se pudiera denominar la periferia de ese movimiento. La familia del mejor amigo que tuve en la adolescencia era la encargada de administrar el hotel City, ese que se ve enano al lado de la imponente estructura de la torre de La Previsora; ese del anuncio simulando un pergamino, de color oro viejo. En el hotel funcionaba un restaurant, que en algún momento cambió su nombre a La Pérgola, y en sus mesas ocasionalmente se acodaba algún figurante de la República, que trataba con mucha familiaridad a la mamá de mi amigo, mujer curtida y que se supo relacionar de maravilla con ese mundo. Los fines de semana, y una que otra noche laboral, en época de vacaciones, solía acudir al restaurant, para pasar el rato ayudando en la barra, y ocasionalmente en la caja. Mi amigo conocía de vista a esos visitantes ilustres, y me contaba de pasada sobre algunas juergas que ocurrían en su casa, al cierre de las labores del local, cuando mudaban la fiesta y la acababan al día siguiente, dejando una ristra de botellas y ceniceros colmos de colillas. Así que pude enterarme de segunda mano sobre los acontecimientos que ocurrían en ese mágico lugar movible, que constituyó ese experimento que quiso demostrarse anárquico pero en el fondo fue algo decadente, de acuerdo a lo que he escuchado en la voz de algunos de sus protagonistas.

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