jueves, 11 de julio de 2019

Balcones

A veces, cuando paseo a pie por alguna calle bordeada por edificios, me da por mirar a los balcones: esas ilusiones de libertad, que les colocan los arquitectos a las cajitas que diseñan para que la gente haga su vida. 
Hay todo tipo de balcones: algunos mínimos, en donde si acaso cabe una persona de pie; otros que, en cambio, pudieran albergar una pequeña fiesta. Los hay rectangulares, ovalados, y hexagonales. Hay balcones introverdidos, que están empotrados en el cuerpo de los edificios, como si les diera pena sobresalir,y se mimetizan con la fachada,  y hay otros que se asoman con total desparpajo hacia la calle. Todo depende de la imaginación de quien los diseñó, y las intenciones del contratante. 
Es raro ver a alguien asomado en su balcón. Los balcones fueron hechos para mirar, para asistir al espectáculo cotidiano que ofrece la calle. Por lo tanto,considero una aberracción un balcón sellado, o uno ocupado casi en su totalidad por aparatos de aire acondicionado. O cumpliendo funciones de maletero. Pero pareciera ser una norma: por lo general, los balcones se aprovechan para incrementar el metraje de los apartamentos, para obtener unos 3 o 5 metros cuadrados extra. Se gana espacio, pero se sacrifica ciudadanía. La gente vive más encerrada, aislada del exterior por vidrios de media pulgada, insonorizadores, polarizados, que niegan al otro. También es cierto que muchos lo hacen para protegerse de la inseguridad, pues no es extraña la incursión de escaladores, que penetran a las viviendas emulando las habilidades del hombre araña. He visto algunos balcones protegidos por cercos eléctricos.
Pero, afortunadamente, hay gente que todavía usa los balcones para lo que fueron hechos. Lo atestiguan las dos sillitas, tal vez manaplás, a la vera de la baranda del balcón, que seguramente serán utilizadas más tarde por la pareja de viejitos, habitantes de ese apartamento desde siempre, que verán un vestigio de atardecer filtrándose por las rendijas escuetas entre los edificios que tienen en frente, tomando un tecito o un papelón con limón y conversando sobre temas intrascendentes; o, simplemente, verán en silencio a la vida transcurrir, con su cadencia regular y monótona, unos cuantos metros debajo de ellos.

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