Hace un par de años comencé a escribir lo que terminó siendo una novela, partiendo de la revelación que se me presentó cierta tarde de asueto decembrino, mientras tomaba unos tragos. En los días anteriores había escrito un cuento de navidad en cuatro entregas, y el formato me había gustado, por lo que pensé en repetirlo con la idea repentina que se me había aparecido. Originalmente, partiendo de esa idea principal desarrollaría un relato que describiría las cuatro edades del ser humano: la infancia, la adolescencia, la madurez y la vejez.
Con eso en mente comencé a escribir pero, cuando me vine a dar cuenta del nivel de detalle que llevaba, supe que la idea daba para más. Entonces deseché la intención inicial y convertí lo que estaba escribiendo en un folletín de entregas semanales, a ver cómo funcionaba con los lectores del blog. Obtuve algunos comentarios, y le agarré el gusto a la historia que comenzó a desarrollarse, de manera silvestre, muy a lo Eudomar Santos, semana tras semana. Llegó un momento en el cual no sabía para donde iba, y tomé una pausa para averiguarlo. Tras pensarlo un tiempo, se me presentó el final que quería darle a lo que ya llamaba para mis adentros "mi novela". El asunto era cómo llegar a ese final. Esa parte sí siguió naciendo de la inspiración que tuviera en cada sesión de escritura, pero tratando siempre de apuntar al desenlace que había decidido.
La verdad es que se me fue un poco de las manos, y lo que iba a ser un relato a terminar en unos seis meses tomó 70 entregas de alrededor de mil palabras cada una, en el lapso de dos años y cuatro meses, es decir, dos entregas y media mensuales.Cerca de setenta mil palabras componen lo que terminé de escribir en abril de este año.
Entonces viene el trabajo más duro: tomar esas setenta mil palabras y evaluarlas, criticarlas, masajearlas, podarlas, en definitiva, empaquetarlas de una manera que sea agradable de leer, interesante, coherente, y que pueda dejar algo tras su lectura. Es la parte más difícil, para mí. Eso de ser juez de uno mismo es un ejercicio de honestidad y autocrítica intenso. Editar lo que ha tardado tanto en escribirse puede ser doloroso pero también liberador. Hasta la búsqueda del nombre definitivo ha sido todo un reto, y todavía me debato entre un par de ellos.
Ahora estoy en medio de ese proceso, y hasta los momentos ha sido hasta divertido. Me he dado cuenta de ciertos tics, de ciertas muletillas, de ciertas repeticiones que he dejado inconscientemente en la escritura inicial, y voy con mi tijera podando todo lo que sobra, que es bastante. Espero terminar en algún momento de este año, a ver que suerte corre mi escrito.
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