miércoles, 25 de julio de 2018

Stendhal en Caracas

Recuerdo la primera vez que fui al centro de Caracas solo, por mis propios medios. Bueno, no propiamente solo, pero sin compañía de adultos. Éramos tres, estábamos tal vez en el tercer año de bachillerato, y teníamos vacaciones. Tomamos el autobús en los bajos de la avenida Libertador, donde vivíamos. Uno que anunciaba Carmelitas como destino final. Lo abordamos y comenzó la travesía por esa larga calle que al final empalmó con la Andrés Bello. Yo iba pegado de la ventana, observando. Al llegar a la Urdaneta, lo que me llamó la atención fue el piso de las aceras, con su diseño ondulado blanquinegro. Nos bajamos en el cruce con la Fuerzas Armadas (en ese momento la nomenclatura de las vías era desconocida para mí, sin embargo), y proseguimos a pie. Era un turista en mi propia ciudad. Todo era nuevo, para mí. Visitamos algunas iglesias, y recalamos en la Plaza Bolívar. Yo, que en ese momento había visto muy poquito mundo, experimenté un mínimo síndrome de Stendhal. Tal vez en ese momento fue que comenzó mi real enamoramiento con la ciudad.

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