Puedo decir con
precisión el día en que ocurrió: fue el 14 de junio de 1970. O por lo menos esa
es la fecha que mis conexiones neuronales me hacen extrapolar, de los recuerdos
que tengo alrededor del hecho que estoy a punto de narrar. Llego a esa conclusión pues
sé con certeza que se trataba de un día de fin de semana, y que ocurría un
acontecimiento deportivo importante, relacionado con el mundial de fútbol que
se desarrollaba en ese momento en México: el partido de Italia con la selección
anfitriona, en cuartos de final. Pero estoy divagando. Ese día me
llevaron al circo. No sé cual circo; tal vez el de los Hermanos Razzore, que es
uno de los nombres (o el único, salvo el de los Valentino, que no son de esa
época) que recuerdo. No me llevó algún familiar, sino el padre de una amiga de
mi hermana, que tenía otros dos hijos algo menores que yo y como una cortesía
me invitó. Recuerdo una carpa, ni grande ni pequeña, unos tablones en donde se
sentaba la gente, un vago olor a cotufas y algodón de azúcar, unos payasos más
bien tristes. Y también recuerdo la cosa más extraordinaria que hubiese visto
en toda mi vida, a mis diez años recién cumplidos. Sonaron unos redoblantes, y
el locutor del circo anunció la siguiente atracción: el mago. Su nombre, por
supuesto, no lo retuve. Pero sí lo que ocurrió a continuación: sobre la pista
estaban dos cajones alargados, y dos muchachas, del mismo tamaño, vestidas de
la misma manera. Un top amarrado sobre la barriga, dejando al descubierto el
ombligo, y unos pantalones estilo odalisca. La rubia estaba vestida de azul, y
la morena de rojo. A continuación, cada una se introdujo dentro de uno de los
cajones, y el mago, con una enorme sierra, procedió a serrucharlas por todo el
medio de esos ataúdes. Una vez terminado el sangriento (en mi imaginación, pues no creo que haya habido algún efecto especial de sangre chorreando) acto,
separó las dos mitades de cada cajón, y ensambló la mitad superior del primero
con la inferior del segundo , y viceversa. Luego, abrió ambos cajones, saliendo
del primero una rubia con top azul y pantalón rojo, y del segundo una morena
con top rojo y pantalón azul. No podía creer tanto portento. Sabedor de haber
sido testigo de un acto de magia tan fabuloso, caí en un mutismo solemne.
Cuando llegué a mi casa, después de esa experiencia tan impactante, me conseguí
con mi padre más contento que un chiquillo en el circo, pues el equipo de sus
sueños, la squadra azzurra, le había ganado a Mexico 4 a 1, pasando a semifinales. Creo que a ambos nos costó conciliar el sueño esa noche, por el mismo motivo pero en circunstancias distintas.
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