viernes, 4 de enero de 2019

El acto de magia más asombroso del mundo

Puedo decir con precisión el día en que ocurrió: fue el 14 de junio de 1970. O por lo menos esa es la fecha que mis conexiones neuronales me hacen extrapolar, de los recuerdos que tengo alrededor del hecho que estoy a punto de narrar. Llego a esa conclusión pues sé con certeza que se trataba de un día de fin de semana, y que ocurría un acontecimiento deportivo importante, relacionado con el mundial de fútbol que se desarrollaba en ese momento en México: el partido de Italia con la selección anfitriona, en cuartos de final. Pero estoy divagando. Ese día me llevaron al circo. No sé cual circo; tal vez el de los Hermanos Razzore, que es uno de los nombres (o el único, salvo el de los Valentino, que no son de esa época) que recuerdo. No me llevó algún familiar, sino el padre de una amiga de mi hermana, que tenía otros dos hijos algo menores que yo y como una cortesía me invitó. Recuerdo una carpa, ni grande ni pequeña, unos tablones en donde se sentaba la gente, un vago olor a cotufas y algodón de azúcar, unos payasos más bien tristes. Y también recuerdo la cosa más extraordinaria que hubiese visto en toda mi vida, a mis diez años recién cumplidos. Sonaron unos redoblantes, y el locutor del circo anunció la siguiente atracción: el mago. Su nombre, por supuesto, no lo retuve. Pero sí lo que ocurrió a continuación: sobre la pista estaban dos cajones alargados, y dos muchachas, del mismo tamaño, vestidas de la misma manera. Un top amarrado sobre la barriga, dejando al descubierto el ombligo, y unos pantalones estilo odalisca. La rubia estaba vestida de azul, y la morena de rojo. A continuación, cada una se introdujo dentro de uno de los cajones, y el mago, con una enorme sierra, procedió a serrucharlas por todo el medio de esos ataúdes. Una vez terminado el sangriento (en mi imaginación, pues no creo que haya habido algún efecto especial de sangre chorreando) acto, separó las dos mitades de cada cajón, y ensambló la mitad superior del primero con la inferior del segundo , y viceversa. Luego, abrió ambos cajones, saliendo del primero una rubia con top azul y pantalón rojo, y del segundo una morena con top rojo y pantalón azul. No podía creer tanto portento. Sabedor de haber sido testigo de un acto de magia tan fabuloso, caí en un mutismo solemne. Cuando llegué a mi casa, después de esa experiencia tan impactante, me conseguí con mi padre más contento que un chiquillo en el circo, pues el equipo de sus sueños, la squadra azzurra, le había ganado a Mexico  4 a 1, pasando a semifinales. Creo que a ambos nos costó conciliar el sueño esa noche, por el mismo motivo pero en circunstancias distintas.

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