lunes, 22 de mayo de 2017

En Venezuela los mártires no tienen dolientes (de izquierda)

Uno de los iconos más populares del panteón progre latinoamericano es Víctor Jara. Cantautor de protesta, luego del golpe de Pinochet fue encarcelado en un estadio, torturado (les fueron fracturados los dedos de las manos con alevosía, como una afrenta a su condición de guitarrista) y luego ejecutado. Su imagen es bandera y símbolo de los mártires víctimas de las dictaduras suramericanas, y de la brutalidad de las fuerzas de orden público.

Uno suponía que ese período de gorilato ya era historia pasada en nuestro continente, pero el caso venezolano desmiente escandalosamente dicha suposición. Poco difieren los presos en los estadios en Chile, en los 70, de los presos en el Helicóide, en la Tumba, en Ramo Verde, en La Pica, en Tocuyito y en tantos otros recintos carcelarios que equivalen a una condena, si no a muerte, por lo menos a torturas y sevicias inenarrables. Unos funcionarios capaces de agredir a una mujer discapacitada, a un niño de 11 años, a unos músicos que tocaban el himno nacional, a gasear en las inmediaciones de centros hospitalarios, de penetrar en centros comerciales con sus motocicletas y pasear por los pasillos disparando al azar hacia los asustados visitantes, no tienen nada que envidiarle en materia de represión a los esbirros de Pinochet. Y lo que narro es lo que ha corrido – con apoyo documental audiovisual  - por las redes sociales. Hay otros cuentos de horror de muchachas amenazadas de violación y orinadas por efectivos de los cuerpos de seguridad del estado, de personas obligadas a comer pasta con excremento, de violaciones con tubos, de la introducción de la manguera de un extintor por la boca y su inmediata activación a un muchacho en San Antonio, pero por ahora son sólo informaciones por confirmar. Sin embargo los casos comprobados son suficientes para elevar la voz de protesta y alarma por lo que está sucediendo en el país. Ya la cifra de muertos alcanza el medio centenar en igual número de días. Muertos por contusiones ocasionadas con bombas lacrimógenas disparadas a quemarropa, por disparos de escopeta con cartuchos aliñados con metras, rolineras o trozos de cabilla, y por disparos de armas de fuego convencionales. Heridos graves por atropellamiento con tanquetas de la GN y también con vehículos tanto oficiales, como fue el caso de Calabozo en donde estuvo involucrada una camioneta del IVSS, y particulares este sábado en Chacaíto. Y también heridos por la acción desmedida de las fuerzas del orden público, ocasionando que un muchacho se desplomara desde lo alto de la autopista Francisco Fajardo hacia el río Guaire.

Para no ser acusados de parcialidad, hay que hablar sobre algunos hechos cometidos por ciertas personas que se identifican como opositoras al régimen. Ha habido comportamientos  reprochables, pero muy puntuales. El caso más emblemático es el ocurrido este sábado en el municipio Chacao, donde en un evento, que está por esclarecerse,  un motorizado  (según algunos chavista, según otros delincuente) fue prendido en fuego por una turba. La misma indignación deben causar los hechos descritos anteriormente, responsabilidad de los cuerpos oficiales,   y éste. Hay un matiz, sin embargo: los agentes del estado son personas que deberían tener algún tipo de entrenamiento sobre respeto a los derechos humanos. No quiero con esto descargar de culpabilidad a los actores del segundo caso; se comportaron como salvajes y deberían tener un castigo ejemplar, sean de la tendencia política que sean. Pero cuando la violencia viene del Estado, que en teoría tiene el deber de defender a sus ciudadanos, el terror se acrecienta pues no hay a quien acudir.


Siempre que el Estado emplee su fuerza desproporcional en contra de los ciudadanos, que protestan por una causa que les parece justa, habrá que alzar la voz denunciando tal injusticia. Quisiera ver a los izquierdistas latinoamericanos, que tanto lloraron a Jara, protestar por lo que sucede en Venezuela. Supongo que soy demasiado ingenuo al esperar que se produzca dicha manifestación, porque quien reprime es alguien identificado con el socialismo. Si fuera otro el signo político de la dictadura venezolana hace rato que su voz hubiera sido escuchada en todos los rincones del orbe, pero pareciera que para ellos el fin justifica los medios.

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