Uno de los iconos más populares del panteón progre latinoamericano
es Víctor Jara. Cantautor de protesta, luego del golpe de Pinochet fue
encarcelado en un estadio, torturado (les fueron fracturados los dedos de las
manos con alevosía, como una afrenta a su condición de guitarrista) y luego
ejecutado. Su imagen es bandera y símbolo de los mártires víctimas de las
dictaduras suramericanas, y de la brutalidad de las fuerzas de orden público.
Uno suponía que ese período de gorilato ya era historia
pasada en nuestro continente, pero el caso venezolano desmiente escandalosamente
dicha suposición. Poco difieren los presos en los estadios en Chile, en los 70,
de los presos en el Helicóide, en la Tumba, en Ramo Verde, en La Pica, en
Tocuyito y en tantos otros recintos carcelarios que equivalen a una condena, si
no a muerte, por lo menos a torturas y sevicias inenarrables. Unos funcionarios
capaces de agredir a una mujer discapacitada, a un niño de 11 años, a unos
músicos que tocaban el himno nacional, a gasear en las inmediaciones de centros
hospitalarios, de penetrar en centros comerciales con sus motocicletas y pasear
por los pasillos disparando al azar hacia los asustados visitantes, no tienen
nada que envidiarle en materia de represión a los esbirros de Pinochet. Y lo
que narro es lo que ha corrido – con apoyo documental audiovisual - por las redes sociales. Hay otros cuentos
de horror de muchachas amenazadas de violación y orinadas por efectivos de los
cuerpos de seguridad del estado, de personas obligadas a comer pasta con
excremento, de violaciones con tubos, de la introducción de la manguera de un
extintor por la boca y su inmediata activación a un muchacho en San Antonio,
pero por ahora son sólo informaciones por confirmar. Sin embargo los casos
comprobados son suficientes para elevar la voz de protesta y alarma por lo que
está sucediendo en el país. Ya la cifra de muertos alcanza el medio centenar en
igual número de días. Muertos por contusiones ocasionadas con bombas
lacrimógenas disparadas a quemarropa, por disparos de escopeta con cartuchos
aliñados con metras, rolineras o trozos de cabilla, y por disparos de armas de
fuego convencionales. Heridos graves por atropellamiento con tanquetas de la GN
y también con vehículos tanto oficiales, como fue el caso de Calabozo en donde
estuvo involucrada una camioneta del IVSS, y particulares este sábado en
Chacaíto. Y también heridos por la acción desmedida de las fuerzas del orden
público, ocasionando que un muchacho se desplomara desde lo alto de la
autopista Francisco Fajardo hacia el río Guaire.
Para no ser acusados de parcialidad, hay que hablar sobre
algunos hechos cometidos por ciertas personas que se identifican como opositoras
al régimen. Ha habido comportamientos reprochables, pero muy puntuales. El caso más
emblemático es el ocurrido este sábado en el municipio Chacao, donde en un
evento, que está por esclarecerse, un
motorizado (según algunos chavista,
según otros delincuente) fue prendido en fuego por una turba. La misma indignación deben causar los hechos
descritos anteriormente, responsabilidad de los cuerpos oficiales, y éste.
Hay un matiz, sin embargo: los agentes del estado son personas que deberían
tener algún tipo de entrenamiento sobre respeto a los derechos humanos. No
quiero con esto descargar de culpabilidad a los actores del segundo caso; se
comportaron como salvajes y deberían tener un castigo ejemplar, sean de la
tendencia política que sean. Pero cuando la violencia viene del Estado, que en
teoría tiene el deber de defender a sus ciudadanos, el terror se acrecienta
pues no hay a quien acudir.
Siempre
que el Estado emplee su fuerza desproporcional en contra de los ciudadanos, que
protestan por una causa que les parece justa, habrá que alzar la voz
denunciando tal injusticia. Quisiera ver a los izquierdistas latinoamericanos, que tanto lloraron a Jara, protestar por lo que sucede en Venezuela. Supongo que
soy demasiado ingenuo al esperar que se produzca dicha manifestación, porque
quien reprime es alguien identificado con el socialismo. Si fuera otro el signo
político de la dictadura venezolana hace rato que su voz hubiera sido escuchada
en todos los rincones del orbe, pero pareciera que para ellos el fin justifica
los medios.
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