Hoy tocó otra salida impostergable, esta vez a la farmacia. El protocolo de vestimenta fue robustecido con otros dos implementos: gorra y guantes. Bastante más gente en la calle con respecto a la salida anterior, tanto a pie como en vehículos. En un porcentaje muy alto, portando por lo menos tapabocas. Probamos suerte en el Farmatodo de La Urbina: allí hubo que hacer una pequeña fila en las afueras del local. Casi todos respetaban la distancia, salvo el típico alzado que no cree en normas, o por lo menos piensa que no le aplican. Tiempo perdido en ese primer intento: no tenían ninguno de los medicamentos que buscábamos. Entonces fuimos al Locatel de Boleíta. Allí no había cola para entrar, y dentro de la farmacia tampoco. Eso sí, a la entrada la encargada de vigilancia recibía a los clientes con una rociada de algún líquido desinfectante en las manos. El trámite tuvo éxito, y fue expedito. No estuvimos más de cinco minutos en el local. Ya de regreso, en la calle que sube del Locatel hacia Boleíta Norte, una alcabala del DGCIM impedía el paso. Por fortuna había una bocacalle antes de llegar a ella, por lo que no tuvimos inconvenientes. Pasamos por dos bombas de gasolina, y ninguna estaba prestando servicio. La mayoría de las santamarías de los negocios estaban abajo; solamente ofrecían servicio las ventas de víveres y las farmacias, de lo que pude ver.
Éste es mi cuarto de juegos. Siéntanse libres de tomar lo que gusten; si quieren dejar algo, también sirve.
viernes, 20 de marzo de 2020
Bitácora del insilio. Día 8
Hoy tocó otra salida impostergable, esta vez a la farmacia. El protocolo de vestimenta fue robustecido con otros dos implementos: gorra y guantes. Bastante más gente en la calle con respecto a la salida anterior, tanto a pie como en vehículos. En un porcentaje muy alto, portando por lo menos tapabocas. Probamos suerte en el Farmatodo de La Urbina: allí hubo que hacer una pequeña fila en las afueras del local. Casi todos respetaban la distancia, salvo el típico alzado que no cree en normas, o por lo menos piensa que no le aplican. Tiempo perdido en ese primer intento: no tenían ninguno de los medicamentos que buscábamos. Entonces fuimos al Locatel de Boleíta. Allí no había cola para entrar, y dentro de la farmacia tampoco. Eso sí, a la entrada la encargada de vigilancia recibía a los clientes con una rociada de algún líquido desinfectante en las manos. El trámite tuvo éxito, y fue expedito. No estuvimos más de cinco minutos en el local. Ya de regreso, en la calle que sube del Locatel hacia Boleíta Norte, una alcabala del DGCIM impedía el paso. Por fortuna había una bocacalle antes de llegar a ella, por lo que no tuvimos inconvenientes. Pasamos por dos bombas de gasolina, y ninguna estaba prestando servicio. La mayoría de las santamarías de los negocios estaban abajo; solamente ofrecían servicio las ventas de víveres y las farmacias, de lo que pude ver.
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