miércoles, 25 de marzo de 2020

Bitácora del insilio. Día 13


No soy mucho de conversar con extraños, pero a la vez me parece una descortesía no contestarle a las personas cuando se dirigen hacia mí, cosa que, por otro lado, es casi inevitable en las colas para cualquier diligencia. Ahora las conversaciones son a un metro de distancia, y obstaculizadas por la mascarilla, tapaboca, pañuelo o cualquier otro implemento que se ingenia la gente para creerse a salvo de un contagio que parece improbable, pero nadie sabe en dónde está al acecho. Hoy me tocó en suerte una señora bastante parlanchina, que aprovechó la hora larga que estuvimos esperando nuestro turno para entrar al supermercado para ponerme al corriente sobre gran parte de su vida. En realidad, no puedo calificar esta interacción entre nosotros como una conversación; más bien, fue un largo monólogo el cual yo interrumpía de tanto en tanto para asentir, o contestar alguna pregunta que ella me hiciera. Me enteré de algunas cosas curiosas sobre la urbanización en donde queda el comercio, como por ejemplo que el Centro Aloa se construyó en el terreno en donde antiguamente tuvo su sede una empresa benificiadora de aves de corral (e imaginé el olor que debía haber impregnado su casa, la primera que se construyó en Horizonte si doy por buenas sus palabras). La señora es una especie de "dog whisperer", la versión femenina del fulano Millán que gozó su cuarto de hora de fama unos años atrás gracias a Animal Planet. Por lo que me contó, tiene más empatía con los perros que con la gente; estuve tentado de contarle sobre Vidas de perros, pero inmediatamente deseché la idea. Cuando llegamos (llegó) al tema de las dificultades para alimentar las mascotas, me contó sobre unos vecinos suyos, que dejaron morir de hambre a un pitbull. "Claro, son drogadictos. Imagínese usted (porque me trató todo el tiempo de usted, a pesar de que debe andar por mi edad, más o menos) que uno de ellos un día tiró por la ventana todo su apartamento: sillas, televisores, mesas... no tiró la cocina de casualidad". Allí la perdí, supuse en ese momento. No había vuelto a pensar en eso hasta esta tarde, cuando me encontré este tuit:


Sí, la gente puede volverse muy loca.

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