martes, 24 de marzo de 2020

Bitácora del insilio. Día 12


Como era de esperarse, y como supongo será en la mayoría de los hogares, en el mío se estableció una rutina que poco varía día tras día. Ya teníamos las labores hogareñas distribuidas desde antes, así que cada uno realiza las actividades que le tocan a su aire. Yo me dedico básicamente a la alimentación, tanto la de los humanos como la de las mascotas, y a la limpieza de la cocina, aunque allí sí me da más de una mano Marianella. Yo soy el responsable de la despensa, y como tal tengo las cosas más o menos controladas para espaciar las visitas a los comercios. Entonces tengo mis pequeños rituales cotidianos: en la mañana, una taza de harina para las arepas; a mediodía, media taza de arroz, o 250 grs. de pasta, o cualquier otro carbohidrato que servirá de acompañante a la proteína que toque ese día, más, una que otra vez, una ensalada fresca. En la noche, la tortilla con tres huevos, o la latica de sardina, o la de atún, o, si hay antojo, otra vez arepas. La greca se monta a primera hora de la mañana y a primera hora de la tarde.
Las horas entre comidas se llenan, aparte de la navegación intensiva por redes sociales, con alguna tarea creativa. Esta semana investigué sobre la masa madre, y estoy tratando de producirla. Además, como tenía una caja llena de compost, decidí darle uso, y estoy comenzando un proyecto de huerto casero, a partir de las semillas de las hortalizas que voy usando diariamente. Por supuesto, trato de escribir algo cada día, ya sea sobre lo que está ocurriendo o retomando proyectos engavetados. En casa tratamos de no ver tanto contenido audiovisual, así que limitamos las horas de netflix a tal vez unas dos o tres durante el día.
La única salida a la calle, salvo para las eventuales compras, se produce alrededor de las 5:30, cada tarde, cuando los ladridos de la perra se vuelven acuciantes y reclamones. Entonces salimos los dos, pero no muy lejos. La perra misma es la que decide hasta dónde quiere llegar. Pareciera darse cuenta de que estos días no es prudente alejarse de casa, así que los paseos son bastante cortos; justo lo necesario para sacudirse un rato la sensación de encierro, e investigar los olores que impregnan las aceras.
Mientras tanto, el tiempo pasa. Tiempo que no se recupera. Y lo que tenemos es incertidumbre: cuánto durará, cómo afectará, qué tan fuerte azotará a nuestro país, y, tal vez lo más angustioso, qué pasará después. ¿Cómo podrá levantarse un país que ya estaba desmantelado antes de esta contingencia? La verdad, nada se gana con angustiarse, pero a veces es inevitable.

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