sábado, 18 de abril de 2020

Bitácora del insilio. Día 37


La providencia, o mejor dicho la solidaridad familiar, nos permitió salir del percance que se nos presentó con los cauchos de nuestro carro, que ya tenía el de repuesto inservible, y a uno de los otros cuatro se le desprendió la banda de rodamiento, lo que nos dejó momentáneamente en condición de peatones. Un sobrino consiguió los cauchos, una sobrina nos prestó su carro para llevarlos a montar en el rin. Era un sábado, el 18 de abril, y no tenía muchas esperanzas de hallar una cauchera funcionando. Pero mi pesimismo se mostró infundado: la bomba de Horizonte, a pesar de no prestar servicio de gasolina, sí tenía su cauchera abierta. Por un precio solidario para el momento, 150.000 Bs, el muy amable encargado me resolvió. Ni siquiera esperó a que el pago móvil se le hiciera efectivo, para realizar el trabajo. “Tú no te vas a ir del país, ¿verdad?”. “No, por los momentos no lo tengo pensado”. Al terminar, conversamos un rato, por supuesto sobre el asunto álgido del momento, la escasez de gasolina. “La vaina se va a poner fea, jefe. Los rumores son alarmantes, va a ser tipo bodegón, en dólares. Ya verá a un poco de choferes vendiendo sus Encava. Esos bichos cargan 90 litros, ¿de dónde van a sacar 90 dólares para llenarlos?”. “Sí, vale. Ustedes, ¿desde cuándo no reciben gasolina?” “Ya va por dos semanas. Fíjese que hasta la guardia vino y nos retiró todos los picos surtidores”.
Ya resuelto lo del carro, me dirigí hacia el supermercado para realizar la compra semanal. Me sorprendió la corta cola que había para entrar. Tomé mi lugar tras estacionar, y en un par de turnos ya estaba a tres personas de entrar al local. Entre el primero y la entrada mediaban unos 10 metros, espacio dispuesto así por la seguridad del negocio. Un empleado, con pinta y actitud de sargento,de vez en cuando se aparecía y obligaba a las personas que tenían gorra a quitársela. De pronto, una señora, en sus setenta, llegó caminando y se puso delante del primero, como a 5 metros. En un primer momento pensé en reclamarle, pero algo parecido a la piedad me frenó. Total, ella no me impediría mi entrada, pues dejaban pasar en grupos de 10 personas. A los cinco minutos nos daban la orden de ingresar al supermercado. La señora no se movió, se quedó en el mismo sitio. Y pensé en lo desconfiado que me ha vuelto esta situación, tan parecida a los cuentos de los regímenes totalitarios que conocíamos antes de segunda mano, y que se ha vuelto nuestra realidad desde hace un buen tiempo.

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