Éste es mi cuarto de juegos. Siéntanse libres de tomar lo que gusten; si quieren dejar algo, también sirve.
sábado, 11 de agosto de 2018
La polenta
Aprovechando que hace un par de días conseguí harina de maíz amarillo en el supermercado, hoy al mediodía hice polenta para acompañar al almuerzo. Mientras la estaba preparando -requiere de un proceso fácil pero laborioso, debe ser removida constantemente con la paleta de madera por un largo rato- recordé una carta que me tocó examinar cuando estaba levantando la información para mi libro "La puerta que se cierra". Esa carta, llegada a casa unas cuantas semanas luego del fallecimiento de mi abuela, narraba con mucho detalle su último día. En particular, este pasaje: "Mamá (quien escribe es una tía) estaba pasando la tarde en casa. Cuando comenzó a anochecer decidió ir a su hogar pero, al pasar por la cocina, vio la polenta en el fuego y cambió de idea. Quiso quedarse a cenar con nosotros". Al par de horas se sintió mal y tuvo un infarto masivo, que no pudo superar. Uno de sus últimos actos estuvo ligado con el hecho gastronómico que, más de cincuenta años después y a 10.000 Km de distancia, repito cada tanto, como uno de los últimos bastiones de mi italianidad.
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