Existe una fundación denominada FUNDHEA (Fundación Historia, Ecoturismo y Ambiente) que se dedica a realizar turismo autosustentable, y entre otras cosas organiza excursiones por rutas que tengan algún valor ya sea histórico o ecológico. Uno de los destinos que ofrece es el Mausoleo del Dr. Knoche. Como tenía conocimientos previos sobre la figura del doctor, personaje al filo de la leyenda por sus actividades de embalsamamiento durante el siglo XIX, me pareció interesante y accedí a los requerimientos de mi esposa, quien ya había realizado los contactos iniciales con Derbys López, principal promotor de la fundación, y nos inscribimos para participar en el paseo.
Nos fuimos cerca de las 7:00 AM en metro al punto de encuentro, la estación de El Silencio, en donde tomaríamos el transporte que nos acercaría a la ruta pedestre que conduce al lugar. Fue muy cómico coincidir en el viaje subterráneo con algunos amanecidos, a esa hora tan temprana del domingo. Ellos iban rumbo a su casa a dormir, nosotros nos dirigíamos a descubrir nuevos lugares.
Al llegar a El Silencio nos encontramos con los demás integrantes de la excursión, unas 38 personas, con edades que iban desde los 3 hasta los 70 años, varios grupos familiares, y mucha juventud. Estuvimos charlando mientras terminaban de llegar todos los participantes, y cuando eso ocurrió nos trasladamos hacia la entrada de la Plaza Bicentenaria, en donde abordaríamos los transportes. Ocurrió un pequeño incidente: una de las unidades contratadas había sufrido un percance, y los organizadores tuvieron que resolver la situación ubicando otra. Por ese motivo salimos un poco más tarde de lo estipulado. Cabe destacar que los soldados que estaban resguardando la plaza nos solicitaron que nos moviéramos de la entrada, por ser zona de seguridad. En fin, les hicimos caso y nos movimos 5 metros a la derecha, en donde aparentemente ya no estábamos comprometiendo la seguridad del lugar. Mientras tanto nos organizamos en 4 grupos, para distribuirnos en las unidades. Cuando llegaron las abordamos, y tras un breve recorrido urbano en donde reconocí, a pesar de la poca visibilidad que permitía el vehículo que nos transportaba, la Avenida Baralt y Cotiza, comenzamos a transitar por el camino de montaña bien acondicionado que lleva a Boca de Tigre y posteriormente a San José de Galipán, lugar desde donde partiría la excursión a pie. A llegar allí nos congregamos en la placita Bolívar, y Derbys nos informó sobre la logística que emplearíamos durante la caminata.
Mis condiciones físicas distan mucho de ser óptimas, y el trayecto era en subida, ¡y qué subida! Sin embargo, poco a poco, con frecuentes paradas para recuperar el resuello, pudimos llegar al primer punto de control, el llamado "Mata de mango". Allí descansamos un rato, tomando agua, bromeando e intercambiando impresiones sobre lo que habíamos visto y sentido en esa primera etapa. Aprovechamos para tomar algunas fotos del Picacho de Galipán, gracias a que el cielo estaba despejado.Tras esa breve pausa, retomamos la marcha, que iba a ser más comprometedora que en la primera parte.
Debo confesar que en más de una oportunidad pensé en abandonar. Sentía que las piernas no me daban, y que el aire me faltaba. Mi lado malcriado salió a flote, y pensaba protestar por las condiciones de la caminata, que no correspondían a lo que nos habían informado previamente. Sin embargo, al ver que personas que habían pasado los 60 años hacía rato seguían en la brega, mi pundonor me hizo superar ese momento de flaqueza y continué avanzando. Tras una subida que parecía interminable - a cada recodo se tenía la esperanza de que el camino se enderezara, pero nada de eso sucedió - llegamos al segundo descanso, el Plan de la Alpargata, en donde hicimos una larga pausa para tomar agua y comer alguno de los refrigerios que habíamos traído, y que aprovechó Derbys para comenzar su ciclo de charlas sobre el Dr. Knoche. Ese lugar viene siendo algo así como la entrada a la tierra de Knoche, en cierta medida caricaturesca por la ¿réplica? de la cabeza de una momia en un nicho enterrado en el piso, y una valla informativa, del estilo de las que se encuentran en los senderos de la montaña, con una leyenda bastante halada de los cabellos que narra un acontecimiento del cual no existe registro alguno. Parece ser que fue el intento frustrado de una asociación que quiso apalancarse sobre la fama de Knoche para hacer una suerte de parque temático, pero el empeño de los ambientalistas lo pudo frenar a medias.
Cuando terminamos con ese segundo período de descanso, ya hidratados y alimentados, afrontamos la última parte del recorrido, que prometía ser plácida ya que era un senderito plano, sin inclinaciones abruptas. Pero fue un espejismo: inmediatamente se convirtió en una cuesta, que ascendía un largo trecho, se emparejaba un rato y luego comenzaba a descender aceleradamente, lo que nos hizo entender lo que nos esperaba al regreso. Maldije en secreto a los fabricantes de senderos montañeros, que se antojan de hacer los caminos más enrevesados posibles, pero seguí avanzando resignadamente, ya que según los solícitos y amables guías, Jonathan Torrealba y Angelo Modesti, faltaba poco. A ratos la ruta se abría hacia el norte y nos permitía observar el litoral central. Una de las cosas que más llama la atención es la riqueza de vegetación que se puede observar en el trayecto; a ratos parece un jardín diseñado por un paisajista muy imaginativo, pues se ven vistosas combinaciones de colores a todo lo largo del sendero.
Por fin llegamos a lo que fue la entrada de la casa; de ella sólo queda una ruina rematada por un símbolo que parece una @, lo que me hizo pensar que el doctor había sido un adelantado a su tiempo. De la casa en sí tampoco queda nada, salvo dos estructuras de baja altura que parecen haber pertenecido a un balcón, y el denominado laboratorio, una pequeña construcción abovedada en donde se presume realizaba sus experimentos el Dr. Knoche. Derbys aprovechó para explicarnos detalles de la casa tal y cómo había sido concebida originalmente, y las hipótesis sobre su destrucción. Hay dos teorías, ambas relacionadas con la búsqueda de algún tesoro escondido en la propiedad; en una los protagonistas son gente extraña, en la otra se trata del mismo nieto del doctor, con fama de ludópata, quien para pagar deudas de juego arrasó con la vivienda.
Luego de un rato, y de haber realizado todas las fotografías que mereció la ocasión, nos dirigimos a la última etapa de la excursión, el Mausoleo. Se trata de una edificación bastante simple, en obra limpia, desprovista de adornos salvo una escalera que permite subir al techo en donde hay un pequeño mirador, y que tenía como única finalidad servir de última morada a los parientes del doctor, y a él mismo, después de haber sido embalsamados. El sitio fue saqueado en el pasado, y las momias se perdieron. Recientemente se hizo una restauración por la misma asociación que mencioné antes y que al parecer de Fundeha no fue fiel, y ahora sobre cada nicho reposa una lápida de mármol con la información referente al ocupante original. Derbys dio la última parte de su charla, y nos explicó la necesidad del mausoleo: anteriormente, hasta la época de Guzmán Blanco, existía una prohibición de enterrar extranjeros en los cementerios del país, por lo que se volvió común la práctica de establecer cementerios privados para poder darles sepultura. El Dr. Knoche fue uno de los que solicitó los permisos para ello, y de allí que haya mandado a construir, en medio de la montaña, esa extraña edificación destinada al culto de los muertos. Concluimos la visita al mausoleo con una breve intervención de cada uno de los participantes en el paseo, y con la pequeña y espontánea celebración del cumpleaños de una de las señoras que nos acompañaba.
Solamente nos quedaba el trago amargo del regreso, la caminata a la inversa: lo que antes fue bajada, ahora iba a ser subida, y viceversa. Fue menos duro de lo esperado, en realidad. Parece que el cuerpo se acostumbra al castigo, y reacciona mejor con el calentamiento. O tal vez eran las ganas de terminar rápido con la tortura. Lo cierto es que en mucho menos tiempo que el empleado en la ida ya estábamos en el punto de salida, esperando por las unidades que nos llevarían primero a Boca de Tigre, a comer un hervido reparador y efectuar algunas compras en los puestos de comida de la zona, y por último al destino final, la estación del metro de El Silencio. Bajamos ya de noche, y tuvimos como cierre el espectáculo de las luces de la ciudad, una imagen que aunque hayamos visto innumerables veces siempre nos llena de asombro. Cansados, sí, muchísimo, pero al final complacidos por haber participado en esa excursión tan genial.
Hola como estas tengo una pregunta, yo con aterioridad he ido pero con un amigo que conocia el camino quiero volverr pero con otras personas, el sendero esta lo suficientemente marcado es decir facil de seguir?
ResponderEliminarHola. Está bastante bien marcado el sendero, no tiene mucha señalización pero es una sola vía así que creo que se puede seguir con facilidad.
ResponderEliminarOk muchas gracias amigo
Eliminar