miércoles, 14 de agosto de 2013

Un robo más en Caracas



Hoy me robaron el anillo de matrimonio. Si hubo algún objeto cercano a mí fue precisamente ese aro: durante 26 años, casi sin interrupción, estuvo ocupando la falange del dedo anular de mi mano derecha, en donde me lo colocó Mary el día en el cual nos casamos. El dedo presenta una marca, un adelgazamiento en esa zona. Un surco. Ese surco me recuerda que el símbolo de una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida está ahora en poder de un malandro cualquiera, pero por poco tiempo. Quizá ya se deshizo de él. Será fundido, seguramente, y transformado en alguna otra cosa que nada tendrá que ver con su significado anterior.

Con todo y lo que representa el anillo, creo que en el momento lo que más me dolió fue la impotencia. La escena, típica: una cola interminable, los carros pegados parachoque contra parachoque, y un pequeño corredor por donde se mueven los motorizados. Estoy escuchando cualquier cosa en la radio, tal vez el final de "Los pasos perdidos". No ese programa ya terminó; ahora estoy oyendo a Vladimir Villegas haciendo la cuña del Lee Hamilton, y pienso que hace añales no piso ese restaurant mientras espero que el vehículo de adelante se decida a rodar otro poquito. De pronto siento que alguien golpea el vidrio de la puerta del copiloto. Volteo mi cara para ver que sucede, y el parrillero de una moto me hace una señal indicando que quiere mi anillo. En un primer momento no entiendo, y los gestos del hampón se hacen más insistentes, y señalan hacia su cintura. Me cae la locha, pero me resisto, durante una fracción de segundo; entonces el individuo, molesto, busca algo en un bolsito que carga el conductor de la moto guindado de su espalda. Decido entonces que mi vida vale más que la apuesta sobre si anda en realidad armado (aunque creo que la hubiera ganado) y con resignación me saco el anillo, abro el vidrio y se lo entrego. Le endilgo un mudo "el coño de tu madre", a manera de despedida. Me mira con indiferencia y la moto arranca a la velocidad que le permite el tráfico. Y yo me quedo como un insigne pendejo, sintiendo la ausencia de mi anillo, sintiéndome un poco estúpido, sin poder hacer absolutamente nada para proteger mi propiedad.

Hace poco, menos de un mes, a mi esposa le pasó lo mismo: ella sí vio el arma, a ella el ladrón la amenazó con "volarle el coco". Pude tomar la determinación de quitarme el anillo en ese momento y guardarlo en una gaveta. Pero decidí no hacerlo: hubiese sido como robármelo yo mismo, privándome de la sensación que me brindaba por puro miedo al robo, por la maldita precaución que nos impone esta ciudad inhóspita y a la que nos estamos acostumbrando demasiado. Decidí probar mi suerte, y perdí. Tan sencillo como eso. Ahora me consuelo pensando que al fin y al cabo era tan sólo un pedazo de metal. Un muy querido pedazo de metal.

7 comentarios:

  1. Entiendo la impotencia, la viví en La Urbina una vez que me asaltaron. Lo lamento, my friend. Es una soberana cagada.

    ResponderEliminar
  2. tengo 22 años, no estoy casada, pero comprendo, comprendo mucho. Tengo mi anillo de compromiso guardado en una gaveta, yo estoy mas comprometida con el miedo que conmigo misma... Sentí ganas de llorar.

    ResponderEliminar
  3. La furia que me daría que me robaran mi anillo de bodas (que no tengo, no estoy casado, pero me identifico contigo) es inefable. Hace muchos años, me robaron un discman que tenía mucho valor sentimental por cosas que no voy a detallar ahora. Y me dio rabia eso, el valor que yo le había puesto, no que ya no tenía discman.

    Y es una vaina que para el malandro no significa nada. No se puede hacer un coño en este país.

    ResponderEliminar
  4. Antes de irnos, Gabriel y yo sólo usábamos el anillo cuando sentíamos que estábamos en algún sitio "seguro". A veces cuando nos tocaba caminar un pequeño trayecto en La Urbina, Gabriel se quitaba el anillo y yo lo tapaba con los otros dedos. Me imagino la impotencia, qué terrible y triste.

    ResponderEliminar
  5. Mi pana, cuánto lo lamento. Fui asaltado dos veces frente a la Bola de Soto, en circunstancias prácticamente idénticas: en la primera oportunidad se llevaron mi iPod y en la segunda mi celular. Hace un mes mi hermana y su esposo fueron asaltados a mano armada por un "estudiante" que salía de la Universidad Bolivariana de Los Chaguaramos, el tipo les pedía "los anillos de compromiso", mi cuñado y mi hermana tardaron varios segundos en entender que se refería a los anillos de matrimonio, mientras el tipo se iba poniendo nervioso, sacaba el arma y se las apuntaba. Con el tuyo ya sé de 4 cuentos en los que se roban las alianzas para fundirlas, antes había una especie de código ético (o de pava, más bien) en la que esas cosas eran intocables y no se robaban. Los nuevos malandros ya no creen en nada. Qué arrechera.

    ResponderEliminar
  6. Cuando tienes un anillo puesto durante tanto tiempo pasa a ser parte de tu cuerpo, y su ausencia es notoria. Sin ánimos de ser dramático, siento como si me hubieran arrancado un pedazo de dedo. Gracias a todos por la empatía.

    ResponderEliminar
  7. Asi es Mirquiño, a mi me lo pidieron y yo no se porque no lo entregué (tuve suerte se alejaron sin hacernos nada), y guardados están los dos en casa, pero es eso simplemente un pedazo de metal que para los demás no tiene valor.
    Saludos.

    ResponderEliminar