miércoles, 1 de agosto de 2018

Pasión país: charla sobre Caracas, la ciudad por vivir

Ayer asistimos a la charla sobre cómo se puede entender, planificar y gestionar una urbe tan compleja como Caracas, en el marco de la iniciativa “Pasión País” de la Escuela de Ideas, liderada por Inés Muñoz Aguirre y Mariam Krasner. Estuvieron como ponentes invitados la urbanista Zulma Bolívar y el decano de la facultad de Arquitectura de la UCV, Gustavo Izaguirre. A pesar de lo complicado que resultó el día, el evento pudo llevarse a cabo con normalidad y muy buena asistencia de público. Aunque se tocaron temas bastante técnicos, la charla fluyó amenamente, y permitió encauzar variadas reflexiones e inquietudes en la concurrencia, que fueron ventiladas al final de la charla.

Aunque yo no intervine –no suelo hacerlo en eventos, prefiero el diálogo directo, sin espectadores– sí tuve mi propia reflexión. Y fue en este sentido: Todos quienes habitamos este valle nos sentimos, y nos llamamos, caraqueños. Pero, ¿cuánto conocemos en realidad de la ciudad? ¿Qué porcentaje de su territorio es nuestro pateadero habitual? Hablo por mí: muy poco, en realidad. Soy habitante de una parcela minúscula de esta urbe, y cuando salgo de ella me dirijo a muy pocos lugares, bastante puntuales, y por lo general situados al este de Plaza Venezuela. Claro que he ido al centro, al oeste, al sur, pero en muy contadas, y lejanas en el tiempo, veces. La razón inmediata que se me ocurre es que no tengo nada que buscar en esos sitios. Pero es una muy pobre razón, en el fondo. Hay lugares que deberían ser visitados con asiduidad. El casco histórico –lo que queda de él, lamentablemente –; los parques; los museos; los teatros;  los bulevares antiguos y modernos. Cuando lo he hecho me he sentido gratificado, y me he preguntado por qué no lo haría más a menudo.

Hace poco, el día del cumpleaños de Caracas, publiqué en mi muro de Facebook una memoria de juventud, que voy a reproducir aquí: “Recuerdo la primera vez que fui al centro de Caracas solo, por mis propios medios. Bueno, no propiamente solo, pero sin compañía de adultos. Éramos tres, estábamos tal vez en el tercer año de bachillerato, y teníamos vacaciones. Tomamos el autobús en los bajos de la avenida Libertador, donde vivíamos. Uno que anunciaba Carmelitas como destino final. Lo abordamos y comenzó la travesía por esa larga calle que al final empalmó con la Andrés Bello. Yo iba pegado de la ventana, observando. Al llegar a la Urdaneta, lo que me llamó la atención fue el piso de las aceras, con su diseño ondulado blanquinegro. Nos bajamos en el cruce con la Fuerzas Armadas (en ese momento la nomenclatura de las vías era desconocida para mí, sin embargo), y proseguimos a pie. Era un turista en mi propia ciudad. Todo era nuevo, para mí. Visitamos algunas iglesias, y recalamos en la Plaza Bolívar. Yo, que en ese momento había visto muy poquito mundo, experimenté un mínimo síndrome de Stendhal. Tal vez en ese momento fue que comenzó mi real enamoramiento con la ciudad”.

Y es así: uno puede ser turista en la ciudad donde nació, sobre todo si se trata de una metrópolis del tamaño de Caracas. Deberíamos dar el paso siguiente: pasar de ser turistas a habitantes, con todo lo que esa palabra conlleva. Ejercer a cabalidad la ciudanía. Usar los espacios públicos, opinar sobre las políticas urbanas, proponer mejoras y criticar lo que a nuestro juicio está mal. Dejar de ser moradores pasivos, y asumir el protagonismo. A fin de cuentas, es nuestra ciudad, y deberíamos proponernos el objetivo de verla en mejores condiciones de las que está ahora.

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