Éste es mi cuarto de juegos. Siéntanse libres de tomar lo que gusten; si quieren dejar algo, también sirve.
lunes, 6 de mayo de 2019
Parque Central
Hoy nos tocó hacer una diligencia en la oficina del SAIME que está en la Torre Oeste de Parque Central. Tenía mucho tiempo sin ir allá; en realidad, no recuerdo cuál fue la última vez que estuve en ese complejo residencial, antes de hoy. Hay un muy conveniente estacionamiento en la Avenida Lecuna, justo al frente del Edificio El Tejar y a pocos metros de la torre, así que paramos el carro allí. La primera sorpresa fue el trato extremadamente amable de la persona que nos recibió, y nos permitió estacionar en un área reservada, sin pedir nada a cambio. Así que dejamos el carro sin mucho pesar, sin temores de un posible percance, y nos dirigimos a las oficinas. Nuestro trámite exige dejar pasaporte y cédula en manos de los funcionarios y regresar a la hora, lo que nos permitió hacer algo de turismo por los alrededores. La primera impresión que brinda la Torre Oeste es de abandono. Toda la actividad que se desarrolla allí ocurre en penumbra, lo que le da al sitio un aire lóbrego, casi de set de película distópica. Por supuesto las escaleras mecánicas no funcionan, y la mayoría de los locales están vacíos. Apenas vi abiertas unas oficinas del Ministerio Público, de defensoría del ciudadano, creo haber leído, y las del SAIME. En los balcones internos, unas grandes pancartas les desean a los usuarios feliz año 2015. Unas carteleras pegadas de las paredes informan sobre los trámites que se realizan allí, con una ortografía que dista mucho de ser prolija. Pero eso lo vimos luego, pues al momento de dejar la documentación en manos del personal, y advertidos que teníamos una hora de espera por delante, fuimos por un café para matar el tiempo. Recorrimos el largo pasillo comercial que atraviesa los edificios, que mantiene el mismo estilo descrito antes. La oscuridad es la norma. La iluminación provenía de los locales comerciales abiertos a esa hora, que no eran muchos: apenas los expendios de comida, el Farmatodo y un sitio de impresiones. Escogimos un local que nos pareció higiénico, y pedimos dos cafés que estaban bastante aceptables. Había mucha actividad en la zona, básicamente de personas haciendo colas: en la agencia del Banco de Venezuela, en el local de Farmapatria, y una, a cielo abierto -en un área interior del complejo que tiene unos muritos muy convenientes para sentarse a esperar- que era para “arreglar lo del carnet”, según le escuchamos decir a una señora. Mientras esperábamos en nuestros asientos de piedra, aproveché para apreciar el paisaje, de altísimos edificios de una arquitectura audaz, pero que acusan el deterioro causado por el tiempo y la falta de mantenimiento. Sin embargo, hubo algo rescatable: observé mucha vegetación en los balcones de los apartamentos. Casi una fe de vida. Quien se ocupa de cuidar matas siempre me ha parecido una persona consciente, con sensibilidad, y vi mucho de eso esta mañana, mientras esperábamos que los funcionarios terminaran de procesar nuestro trámite.
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