domingo, 3 de noviembre de 2019

Serendipia



Hay algo muy interesante en los libros: las conexiones secretas que existen entre ellos, que a veces tienen significado exclusivo, es decir, que parecieran estar allí para el disfrute particular de uno. Ayer experimenté ese placer. Estaba en casa de la prima Miriam Nikken, en una reunión familiar; en una ida al baño, pasé frente a su magnífica biblioteca, y me detuve un rato a escudriñarla. Entre tantos maravillosos volúmenes, dos en particular llamaron mi atención: una recopilación encuadernada de las revistas que editaba la librería Cruz del Sur, en los años 50, de cuya existencia me enteré en ese preciso momento, y el libro "Los cines de Caracas en el tiempo de los cines" de Nicolás Sidorkovs. Tomé el libro del estante para revisarlo con mayor comodidad encima de la mesa del comedor. Lo abrí, y enseguida busqué en el índice al final del tomo las entradas correspondientes a los cines más entrañables para mí, vale decir aquellos que se encontraban en la Calle Real de Sabana Grande. Allí estaba el más antiguo de ellos, el teatro Río. Me fui a la página que indicaba la referencia y, además de una fotografía de la fachada del cine, me encontré una cita tomada de un libro muy poco conocido, que está en mi casa por pura casualidad. Se trata de “La Caracas de los techos chatos”, de Gloria Brigé de Sucre, buena amiga de mi suegro, a quien le regaló una copia y él luego me la prestó, dado su conocimento acerca de mi interés por la historia menuda de Caracas. En ese pasadizo secreto entre ambos libros se dieron cita, entonces, tres personajes: los dos autores y mi suegro, unidos circunstancialmente en ese espléndido azar que me aguardaba ayer tarde.

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