lunes, 9 de marzo de 2020

El regalo de un domingo


Después de un sábado pasado por humo, cortesía del CNE y sus guardianes que no pudieron evitar que se destruyera todo el aparataje necesario para celebrar elecciones en Venezuela, el domingo decidió resarcirnos de los sinsabores del día anterior y nos obsequió la oportunidad de ver la puesta en escena de mi ópera favorita, Carmina Burana. Y, además, nos permitió hacer un poco de turismo, obligado por la gran afluencia de personas, por las calles de Colinas de Bello Monte. Nos tocó buscar puesto en una de las calles aledañas a la Caurimare, esas que trepan colina arriba. El trayecto desde allí hasta la Concha nos permitió observar muestras de la arquitectura residencial de los años 50, con todo su espíritu modernista e imaginativo, representado en pérgolas, balcones, barandas, ventanales que los habitantes actuales, en una asombrosa mayoría, se empeñan en conservar. Aunque se notan algunas restauraciones infelices, por lo que pudimos ver en nuestro recorrido no son la norma, todavía. 
Cuando llegamos al anfiteatro, estaba más a menos tres cuartos de ocupación, a pesar de que faltaban todavía 45 minutos para las seis, hora (mentirosa, como es costumbre en estas convocatorias) de inicio del concierto. En esos 45 minutos terminó de llenarse por completo. No pensaba que un evento de esas características tuviese tal capacidad de convocatoria. Gente de todas las edades colmó las gradas de concreto. Como es de esperarse, tuvimos algunos encuentros con personas conocidas, halladas al azar en medio de la multitud. Como a eso de las 6:30 comenzaron los anuncios oficiales que darían comienzo al evento. La música arrancó tal vez quince minutos más tarde, con el Concierto nro. 2 de Saint Saens, que fue bien recibido por el público. El pianista retornó tres veces más al escenario, para tocar piezas de compositoras venezolanas, como homenaje a las mujeres cuyo día se conmemoraba. Cuando terminó ese "primer tiempo", hubo que hacer modificaciones sobre el escenario para acomodar a las doscientas personas que necesitaba el montaje que íbamos a presenciar a continuación. Mientras tanto, la luna despuntaba por el este, sumándose a la fiesta de luces que atraparía nuestra atención minutos después. Cuando todo estuvo dispuesto, entraron al escenario los distintos coros, los músicos, los solistas, y por último la directora, y en ese momento comenzaron los acordes de "O fortuna", una de las oberturas más famosas de la música académica. 
Sin ser un experto, ni mucho menos, puedo dar mis impresiones como espectador: para mí, fue un espectáculo de alto nivel tanto escénico como interpretativo, con maravillosas prestaciones de todos los artistas presentes. En el plano técnico, salvo algunos inconvenientes con el sonido en el primer tiempo, todo salió a la perfección. Fueron unas tres horas de profundo goce musical, por lo menos para mí, y sospecho que para la gran mayoría del público que colmó las instalaciones de la Concha, a juzgar por la reacción colectiva al terminar la obra. Fue tanto el furor que la directora decidió congregar de nuevo a los músicos y los coros para regalarnos como encore la obertura.






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