lunes, 30 de marzo de 2020

Bitácora del insilio. Día 18


Tenemos tanto tiempo viviendo en la provisionalidad, que no sabría cómo gestionar una vida normal. Y no hablo de esta contingencia. No, me remonto al viernes negro, cuando perdimos la inocencia. A partir de allí nunca recuperamos la normalidad. Al principio fue muy suave, casi que imperceptible; pero ya nada sería igual. La primera campanada fuerte fue el caracazo. Luego, los eventos comenzarían a desencadenarse sin solución de continuidad: golpes de estado, defenestración de un presidente, presidencia interina con una firma que trajo cola, el chiripero, el derrumbe de los precios petroleros, el “estamos mal pero vamos bien”, la esperanza rubia, el caudillo abandonado, el valenciano altivo, todos derrotados por el vengador zambo que vendió una promesa de revanchismo que compró mucha gente, alguna calculadora y otra ilusa. Y luego, 21 años de chavismo, que nos acostumbraron a que lo imprevisible era lo que iría a ocurrir. Así que este período de cuarentena se percibe como una consecuencia lógica de los 37 años previos. Es como si hubiésemos llegado al único punto lógico que podía hacer prever el comportamiento de la sociedad venezolana. La paralización total. Esta pandemia forzó una situación que tal vez hubiese ocurrido sola, sin ayuda externa. ¿Qué vendrá después? Supongo que nadie tiene la respuesta. Tal vez el futuro nos sorprenda otra vez, como lo ha hecho en tantas oportunidades. Por ahora no queda otra sino resistir, vivir el día a día, y cuidarnos. En el amplio sentido de la palabra.

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