martes, 10 de septiembre de 2019

Domingos en la Cota Mil


No sé cuánto tiempo tiene la costumbre de cerrar la avenida Boyacá, que nunca dejaremos de nombrar como la conocimos desde el principio, Cota Mil, los domingos por la mañana. Sé que se hace por lo menos desde finales de los años 80; recuerdo haberme quejado en esa época con algunos compañeros de trabajo, que comentaban haber circulado por ella en horas vedadas al tránsito automotor, como una gran gracia. Lo cierto es que en diferentes épocas de mi vida he aprovechado la oportunidad de caminar por esa vía, destinada a la circulación rápida de los vehículos, y que por obra de la sensatez de algún gobernante se convierte por unas cuantas horas dominicales en un amplio bulevar peatonal, que permite contemplar las mejores vistas de la ciudad, y además inspeccionar de cerca, en pequeñas escapadas, la gran montaña fetiche de los caraqueños. No es raro encontrarse, en esos paseos, con evidencias de la ferocidad de la noche: restos de cauchos que semejan largas lenguas, negras y enrolladas; un parabrisas completo, pero a la vez vuelto añicos, que conserva su integridad solamente por la película plástica que lo cubre, abandonado en una cuneta; animalitos que no cruzaron a tiempo y, abiertos en canal, son presa de las aves carroñeras que comen como danzando, en un festín macabro. Hubo una época en la cual los letreros de señalización eran utilizados por tiradores furtivos como blanco, tal vez probando su puntería desde el carro en movimiento, pero hace tiempo que eso no ocurre más, por fortuna. Todo eso contrasta con la actividad deportiva y recreativa que realiza la nutrida audiencia que religiosamente dedica la mañana del domingo a oxigenarse con el aire limpio que baja del Ávila. Soy taciturno por naturaleza, así que en mis recorridos no intercambio más que las palabras indispensables con mi acompañante eterna, que en cambio es locuaz y se encarga de mantener la conversación viva. Yo voy pendiente de otras cosas: del paisaje, del estado de la vía, y (como buen vouyerista de la palabra) también recojo los fragmentos de conversaciones que se escuchan en los diversos grupos que vamos dejando atrás, en nuestra vigorosa caminata (la mía, Mary va al trote) que cada día conquista más distancia en la avenida.

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