viernes, 19 de agosto de 2011

Con la burocracia hemos topado

Los venezolanos vivimos en un país increíble, que nunca deja de sorprendernos. Su capacidad de generar situaciones dignas del teatro del absurdo es inacabable, y nos permite sentirnos actores de un montaje de Ionesco que nunca termina, histriones involuntarios en una obra infinita.

Esta vez la protagonista de la representación fue mi hija menor, la cual está en trámites de ingresar a la universidad. Como escogió una casa de estudios seria, consiguió los procedimientos a seguir de manera expedita, a través del portal web de la institución. De entrada, la cantidad de documentación exigida para formalizar la inscripción lucía bastante voluminosa: partida de nacimiento, copias de notas y título de bachiller en fondo negro y certificadas, y la inscripción militar (en el portal aclaran, con cierta pena, que este último requisito se formalizó en circular nro. tal de fecha cual, del Minpopó respectivo).

Y empezó la cruzada en pos de los documentos: como estamos en la era de la red, buscamos en la web la dirección de la instancia en donde se debía retirar la partida de nacimiento (uno se pregunta para qué sirve la cédula entonces, pero ni modo, no vale la pena ponerse a cuestionar ciertas cosas, a estas alturas). Según lo que conseguimos Google mediante, el registro civil se encuentra ubicado en un edificio adyacente a la Plaza del Indio, en Chacao. Mi pobre ingenuodescendiente se dirigió la mañana siguiente a ese lugar, y protagonizó el primer acto de su absurda obra: como era muy fácil la ubicación original, a un par de cuadras del metro, a algún genio se le ocurrió que quedaba mejor en la tercera avenida con cuarta transversal de Los Palos Grandes. No voy a fatigarlos con la narración de la travesía, basta con decir que al día siguiente logró tener la partida de nacimento en su poder.

Con respecto a las notas y el título de bachiller el cuento es un poco más escabroso: el interesado debe dirigirse a la sede del Ministerio de Educación para que algún funcionario, dotado de cierto criterio especial, certifique que las fotocopias en fondo negro son fieles al original. Es decir que todos los aspirantes a entrar en una universidad deberán trasladarse a ese lugar, a esperar que el funcionario de marras garantice que no hay fraude en las notas o en el título. Esto cae dentro de una lógica un tanto perversa, que asume la culpabilidad por encima de la inocencia.

Y por fin llegamos a la guinda de la torta: la inscripción militar. Como residentes de la parroquia Petare, nos tocaba en suerte acudir a lo que era antes la jefatura y hoy se llama con uno de esos eufemismos que le encantan al régimen, tipo “casa del pueblo”, “misión documentos” o algo parecido. El día miércoles hicimos las averiguaciones pertinentes; valga decir que acudimos al sitio para informarnos de horarios, trámites y demás hierbas aromáticas. Nos recomendaron vehementemente estar el viernes (día que le toca a mi hija,  por la terminación de la cédula) lo más temprano posible. “Desde las cinco hay gente haciendo cola”, nos advirtió solícito el funcionario que nos atendió.

Y llegó el viernes muy temprano: a las cuatro AM, como preparándonos para el trámite militar que nos esperaba, nos despertamos para alistarnos y estar a la hora prefijada en el sitio. Al llegar (eran las cinco y unos minutos) el sitio lucía bastante desolado y oscuro, por lo que decidimos prudente dar una vuelta y  regresar cuando al alba le dieran ganas de alumbrar un poco. Así procedimos, y en el segundo intento vimos que habían algunas pocas personas haciendo una cola, cosa que nos alegró ya que estaríamos entre los primeros a ser atendidos. Estábamos en ese momento incierto en el cual se trata de adivinar como funciona el asunto, cuando se nos acercó un individuo con aspecto de vigilante, quien sin fórmula de saludo previo inquirió el motivo que nos llevaba a la dependencia. Se lo dijimos, y nos sacudió con las lapidarias palabras: “Eso está suspendido. Deben ir a Parque Sucre”. Yo, todavía grogui por el impacto de la revelación, pregunté en donde quedaba ese parque, y el hombre (quien en ningún momento me vio a la cara) emitió un “En Los Teques”, que terminó de noquearme. Sí, señores: para obtener un documento que permita ingresar a la universidad, el ciudadano interesado debe trasladarse a la capital del Estado Miranda.

Estoy empezando a creer que no tenemos autoridades, sino libretistas de un teatro absurdo, perverso y malévolo. No encuentro otra explicación. 

3 comentarios:

  1. Marianella de Ferri19 de agosto de 2011, 10:57

    Y yo, que me lleno la boca diciendo que AMO a mi país, que esto va a mejorar, que yo de aquí no me voy, etc... esta es otra mas de las burlas que recibimos a diario y que me hacen dudar de ese "gran amor"

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  2. Confieso que me reí con el relato, tal vez es mi lado malvado o es que estoy cayendo en una risa para evadir, o es que me burlo de mí misma.

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  3. Me alegra que te haya servido para divertirte un rato, es lo que nos queda: burlarnos de nuestra absurda realidad.

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