lunes, 15 de abril de 2019

Parque en ruinas




Tenía mucho tiempo sin ir al Parque del Este, tal vez más de un año. Aunque había leído y escuchado sobre su estado actual, es algo que hay que ver personalmente para constatarlo en todo su dramatismo. Nada más al entrar, una larga fila de camiones cisterna son el comité de bienvenida, si se entra por el estacionamiento sur. No hay ticket de entrada, porque no hay cobro por el uso de las instalaciones. El abandono, aunado a la sequía, hace que el aspecto del parque sea de desolación. Pasé por dos fosas de animales, la de las nutrias y la de los grandes felinos. No ví a ninguna especie; solamente agua estancada y montarral seco, en las islas. Frente al terrarium, un enorme árbol estaba acostado en el suelo, con las raíces, o lo que quedaban de ellas, desarraigadas de la tierra. Por el aspecto, daba la impresión de no ser una caída reciente. Continué mi paseo por los antiguos jardines, ahora transmutados en terraplenes, en busca del puente que vence la autopista y comunica con “la parte nueva”. Dicho puente es una obra megalómana, desproporcionada. Apta para el tránsito de vehículos pesados, de guerra, injustificado para el flujo de deportistas y visitantes, por muy abultado que sea. En todo caso, lo recorrí para conocer las nuevas instalaciones de La Carlota. Si hay algo que le otorga continuidad a ambos sitios es el estado similar de abandono. Aquí también la sequía pega fuerte, y no hay grama que la resista. Pero más nada hace pensar que se está en el mismo parque. La “parte nueva” me pareció muy anodina. Carente de atractivo, diría. Un par de instalaciones para el expendio de comida parecen haber sido construidas como efecto visual, pues tenían aspecto de no haber abierto jamás sus puertas. Antes de ellas, un avión de carga se anuncia como heladería, pero ya los letreros lucen desvaídos, como los de los circos itinerantes de las películas de los años cincuenta. Al fondo, una laguneta semivacía naufraga en en su intento de reflejar frescura. Y, del otro lado de la cerca, una flotilla de jets de última generación está alineada fuera de los hangares, aguardando por sus enchufados propietarios. Tal vez alguno de esos aviones fue comprado gracias a las comisiones del sobredimensionado Puente Bolívar.



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