A veces, en mis lecturas en diversos medios, me encuentro con algunas coincidencias curiosas, ya sea en temas, imágenes, personajes o circunstancias. Me acaba de pasar esta mañana, por ejemplo. Ayer terminé de leer “Kitchen confidential”, de Anthony Burdain, y comencé “Los días animales” de Keila Vall de la Ville. Son dos libros que pudiéramos catalogar como testimoniales, aunque el de Keila es, formalmente, una novela. De temática totalmente distinta, pues Burdain habla de su pasión por la gastronomía mientras que Keila se enfoca en el montañismo como hilo conductor de su libro. En un pasaje, ella describe a detalle las heridas causadas por la actividad de escalada en sus manos: ampollas, llagas, callos; cicatrices producidas por el contacto con las rocas que le permiten el ascenso hacia la cumbre que planea conquistar, y que son testigos tangibles de su vivencia. Había leído casi exactamente lo mismo en el de Bourdain: en una parte de su libro, también nos ofrece un detallado panorama de sus manos, callosas por los cuchillos, ampolladas por salpicaduras de frituras, quemadas por el calor de las hornillas. Manos de cocinero, como constata con orgullo. Allí estaba el pasadizo entre dos libros en apariencia totalmente diferentes, y yo fui el espeleólogo que lo descubrió. Las manos son el vínculo. Las manos materializan los anhelos de ambos escritores, y también cargan con las consecuencias.
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