Hay
películas que pasan desapercibidas injustamente, tal vez por faltarle el
músculo publicitario de los grandes estudios,o porque su tema se aleja de los
que consume con fruición el público masivo; que, en una palabra, no tienen lo
que se necesita para volverse ”mainstream”. Ayer vi una de esas películas. Se
llama “Learning to drive” (2014). Cuenta en su elenco con nadie menos que Sir
Ben Kinsgley, además de una actriz que no conocía o no recordaba, Patricia
Clarkson, que fue una agradable sorpresa. A partir de una premisa muy simple,
la película desarrolla una trama con múltiples impicaciones y consideraciones,
que van desde la inmigración ilegal hasta cómo afrontar el adulterio, pasando
por el sexo tántrico y los matrimonios arreglados. La anécdota ve a un
inmigrante indú, interpretado con mucha soltura por Kinsgley (no en balde
protagonizó ese portento de personaje que fue Gandhi, hace 36 años) que, para
poder mantenerse en Nueva York, desempeña dos trabajos detrás del volante:
alterna el oficio de taxista, que cumple en las noches, con el de instructor de
manejo. Es en su faceta de taxista que conoce, en circunstancias algo
traumáticas, a Clarkson. A partir de ese momento sus vidas entran en contacto,
y ambos obtendrán valiosas lecciones de vida el uno del otro. Trataré de no
hacer ningún spoiler mayor; solamente diré que la película se salva de concluir
al estilo holliwoodense, lo que agradecí bastante. Se las
recomiendo; está en Netflix.
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