lunes, 28 de octubre de 2019

Una pareja, al atardecer

Había detenido las caminatas con la perra, por decisión de ella. Parece haber perdido el gusto de pasear, luego de la ausencia de su compañera. Ayer intentamos nuevamente hacerlo, y estuvo extrañamente entusiasmada por ello, así que volvimos a transitar las antiguas rutas. Era cerca de la hora del ocaso, y el atardecer se anunciaba dramático, con una acumulación de nubes hacia el poniente que se teñían de púrpuras, rosados y anaranjados. En un recodo del camino, en donde se abre una especie de valle desprovisto de obstáculos visuales y que permite apreciar una estupenda vista hacia el oeste, vimos aparcada una moticicleta, de esas inspiradas en las antiguas Harley, y un poco más allá, sentados en la grama, a dos jóvenes, ella de larga cabellera, él de barbita incipiente, ambos con indumentaria motera, con abundante cuero, flecos y tachones de metal, tomados de las manos y observando embelesados el espectáculo del cielo. Les pasamos al lado, continuamos caminando un rato, y emprendimos el regreso desandando el camino. Cuando volvimos a pasar cerca de la pareja de motociclistas pude, como curioso impenitente que soy, detallar mejor la escena, y vi que sobre el asiento trasero de la motocicleta estaba un morral que semejaba un peluche, esponjoso, de colores pastel, y una bolsa con una mano de cambures.

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