En el bosque que lindaba desde hacía tiempos inmemoriales con la ciudad, crecían árboles de las más diversas especies: desde aquellos cuyo origen era tropical, como los mangos y los cítricos, así como los propios de regiones más septentrionales, como los abetos y los pinos. Entre estos últimos, descollaba uno, altísimo, cuya copa, a pesar de no estar sembrado en el punto más alto del bosque, era notoriamente visible desde cualquier punto de la ciudad, ya que sobrepasaba a cualquier otra. Este pino, centenario, algunos decían que hasta milenario, era altivo y presuntuoso. Miraba a los demás árboles con cierta condescendencia, sintiéndose muy superior a ellos. Tenía una convicción: estaba para grandes cosas. Cosas del espíritu, por supuesto. Cuando le llegase la hora de su caída, su madera no iba a ser aprovechada para cosas tan banales como la fabricación de muebles, o, peor aún, para servir de combustible para las chimeneas. No. De él se procesaría pulpa de papel, papel en el que serían impresos los libros más extraordinarios que autor alguno hubiese escrito. El pino vivía cada uno de sus días alimentando esa creencia, que tal vez le fuera inculcada por alguno de sus ancestros. Mientras tanto, la ciudad, cuya fundación había visto el árbol, crecía a pasos agigantados, y pronto comenzó a robarle terreno al bosque. Día a día, hectáreas de aquella floresta, antaño impenetrable, eran fagocitadas por el crecimiento urbano. El estruendo de las motosierras talando árboles formaba parte de los sonidos ambientales. Fatalmente, un día le tocó al pino. Éste no temió el momento: más bien lo aguardaba, porque sabía que su destino estaba escrito e iba a trascender. Su derribe fue lento, laborioso y largo, dado su descomunal tamaño. Tras unos tres días de trabajo, los obreros habían transformado al enorme árbol en un inmenso atado de madera. La empaquetaron, y la subieron a un camión, que emprendió camino hacia la fábrica de papeles sanitarios de la ciudad, que producía el papel higiénico más económico y de mayor demanda por parte de los habitantes más humildes de la localidad, gracias a su precio tan económico, y a pesar de su ínfima calidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario