En estos días estábamos en el taller de Mary, al final de la tarde, conversando al calor de unos tragos. Mientras lo hacíamos, pasé la mirada por los libros que estaban en un estante de usos múltiples, que había sido la biblioteca original de mi casa paterna, y que, tras varias transformaciones, una de las cuales la vio forrada, muy setentosamente, de Fórmica blanca, ahora es el depósito de materiales de mi esposa. Me llamó la atención un libro enparticular, encuadernado en pasta dura de esa que se usaba antes, con textura de tela, de un color que había sido verde esmeralda pero hoy en día ya perdió su lustre original. Se trataba de una edición ilustrada para el público infantil y juvenil de la novela “Sin familia”, de H. Malot. Recordaba a trazos gruesos el argumento de aquél folletín francés: la historia de un joven que había sido recogido de la calle por una familia, y que luego de mil peripecias llegaría a conocer a su familia de sangre. Tenía un recuerdo muy vivo, sin embargo: la mención de un condumio llamado “buñuelo de viento”. Desde que leí ese nombre, se me quedó grabado, tal vez por mi inveterada glotonería. Tomé el libro del estante, y lo ojeé en busca de esa referencia, que hallé casi al principio de la narración. Según ella, se preparaban a base de leche y mantequilla. Supongo que, además, llevarían algo de harina o alguna otra fécula. Satisfecha esa curiosidad inicial, me fui al final del libro para ver cómo terminaba. El párrafo final dice: “-‘¡Bravo, Capi!- Dijo sir Milligan-. Con lo que has recogido y esto que yo añado, más lo que nos vayan dando almas caritativas, fundaremos un hogar para músicos trnshumantes”. Una revelación se me presentó en ese momento. Leí un poco más arriba, para confirmar lo que sospechaba: Capi era un perro, el fiel acompañante de Remí, el protagonista de la historia. Tal vez no lo sepan, pero uno de los perros de mi primera novela “Vidas de perros”, el segundo en orden de aparición, y el primero en ser bautizado por Tomás, el protagonista, se llama precisamente Capi. Y no fue adrede, por lo menos no conscientemente; de hecho, en la novela, la elección del nombre proviene de otra lectura, la novela histórica “Capitán de navío Horacio Hornblower”, que tal vez había leído un poco después de “Sin familia”. Lo que deduje es que ese nombre, Capi, había estado aguardando en algún lugar de mi subconsciente, hasta que tuvo la oportunidad de salir a flote.
Éste es mi cuarto de juegos. Siéntanse libres de tomar lo que gusten; si quieren dejar algo, también sirve.
lunes, 20 de enero de 2020
Los vericuetos de la memoria
En estos días estábamos en el taller de Mary, al final de la tarde, conversando al calor de unos tragos. Mientras lo hacíamos, pasé la mirada por los libros que estaban en un estante de usos múltiples, que había sido la biblioteca original de mi casa paterna, y que, tras varias transformaciones, una de las cuales la vio forrada, muy setentosamente, de Fórmica blanca, ahora es el depósito de materiales de mi esposa. Me llamó la atención un libro enparticular, encuadernado en pasta dura de esa que se usaba antes, con textura de tela, de un color que había sido verde esmeralda pero hoy en día ya perdió su lustre original. Se trataba de una edición ilustrada para el público infantil y juvenil de la novela “Sin familia”, de H. Malot. Recordaba a trazos gruesos el argumento de aquél folletín francés: la historia de un joven que había sido recogido de la calle por una familia, y que luego de mil peripecias llegaría a conocer a su familia de sangre. Tenía un recuerdo muy vivo, sin embargo: la mención de un condumio llamado “buñuelo de viento”. Desde que leí ese nombre, se me quedó grabado, tal vez por mi inveterada glotonería. Tomé el libro del estante, y lo ojeé en busca de esa referencia, que hallé casi al principio de la narración. Según ella, se preparaban a base de leche y mantequilla. Supongo que, además, llevarían algo de harina o alguna otra fécula. Satisfecha esa curiosidad inicial, me fui al final del libro para ver cómo terminaba. El párrafo final dice: “-‘¡Bravo, Capi!- Dijo sir Milligan-. Con lo que has recogido y esto que yo añado, más lo que nos vayan dando almas caritativas, fundaremos un hogar para músicos trnshumantes”. Una revelación se me presentó en ese momento. Leí un poco más arriba, para confirmar lo que sospechaba: Capi era un perro, el fiel acompañante de Remí, el protagonista de la historia. Tal vez no lo sepan, pero uno de los perros de mi primera novela “Vidas de perros”, el segundo en orden de aparición, y el primero en ser bautizado por Tomás, el protagonista, se llama precisamente Capi. Y no fue adrede, por lo menos no conscientemente; de hecho, en la novela, la elección del nombre proviene de otra lectura, la novela histórica “Capitán de navío Horacio Hornblower”, que tal vez había leído un poco después de “Sin familia”. Lo que deduje es que ese nombre, Capi, había estado aguardando en algún lugar de mi subconsciente, hasta que tuvo la oportunidad de salir a flote.
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