jueves, 5 de septiembre de 2019

El café de cada día

En Caracas hay tantas máquinas de hacer café como panaderías, restaurantes, bares y, valga la redundancia, cafés. Y el número de baristas es un múltiplo de esa cantidad. Las marcas más repetidas son nombres que nos acompañan a los aficionados al café desde siempre: Faema, Gaggia, Rancilio. Partiendo de la premisa de que el principio de operación de dichas máquinas es el mismo, valga decir, agua caliente que pasa con determinada presión a través de un filtro que contiene café, es notable la diferencia de sabor que se obtiene en los diferentes locales. Yo tomo café negro, sin ningún aditivo salvo una cucharadita de azúcar, que dependiendo del lugar, denomino "negrito corto" o "espresso". El sabor del café de panadería es amargo, requemado. De consistencia densa, casí que una crema. Medio vasito, o menos, es suficiente para que la sensación me acompañe toda la mañana. Ese es el que pido como "negro corto", y por lo general me lo tomo como una medicina, sin mucho protocolo, para salir rápido de ese trámite. En cambio, en los lugares con un poco más de sofisticación, pido un "espresso". El "espresso" es más delicado; el aroma del café sobresale por encima de las notas amargas del líquido, y por lo general uno queda queriendo más, otro poco de ese sabor tan especial, que invita a la conversación, o a la meditación si se está sin compañía.En casa, hacemos el café en la insuperable greca, esa de las mil batallas, que solo exige de cuando en cuando el cambio de la empacadura de goma, que antes duraba décadas pero ahora se desgasta en pocos meses. Allí la cosa depende de la suerte que se tenga en conseguir café bueno. Con tantas marcas extrañas que hay por allí, de existencia efímera, es difícil casarse con alguna. Los tiempos de el Imperial, el Fama de América, del Peñón, del San Antonio, ya pasaron. Ahora abundan los cafés que proclaman ser premium, o arábiga, o artesanales, pero de la etiqueta a los hechos hay mucha distancia. Lo cierto es que el café, como sea, es un placer irrenunciable. Los momentos de tomar café son de los más esperados, dentro de la cotidianidad.

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