sábado, 29 de septiembre de 2018

La mascota

Al comienzo de la calle en donde vivo, ciega la pobre, hay una caseta de vigilancia. Por ella, en el transcurso de los 10 años que llevo aquí, ha desfilado una buena cantidad de vigilantes. Unos mejores que otros; unos que duraron años, otros que se fueron a los días. Es un trabajo monótono, fastidioso y que no plantea casi ningún reto. Y cansón, ya que se hacen turnos de 24 horas. Hoy tenemos tres vigilantes que se alternan, es decir, cada uno tiene dos días de descanso entre jornadas, lo que les alivia bastante la carga. En estos días adoptaron un cachorrito. Una cachorrita, en realidad. Tendrá si acaso un par de meses de nacida. Al principio se estaba quieta dentro de la caseta, pero poco a poco ha ido ganando confianza y ya se atreve a excursionar por la calle. Todo el mundo tiene que ver con ella: hasta mis perras la ven con curiosidad cuando salgo con ellas y le pasan al lado. Ella las ve a su vez, con ganas de pegársenos atrás pero también con cierto temor, por la gran diferencia de tamaño. Ahora parece que la principal tarea de los vigilantes es estar pendientes de la perrita. Cada uno la trata a su manera, pero por lo que se ve, con muchísimo cariño. Creo que ahora tienen un aliciente para ir al trabajo, y tal vez -pendejeras mías, seguramente- esperan con ansias que les llegue su turno para pasar el día con su mascota compartida.

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