viernes, 2 de agosto de 2019

El ocaso de los centros comerciales

Esta es la crónica de un centro comercial específico, pero que pudiera ser cualquiera. Un centro comercial pujante en otro tiempo, con negocios que fueron referentes en sus respectivos ramos. Y no solamente tiendas: cines, tascas, restaurantes, estaciones de radio que “daban la hora” y dictaban tendencia, tuvieron sus sedes en ese reducto del este. Hoy en día es penoso pasear por sus pasillos. No por el estado de conservación de las instalaciones, que a pesar de no ser impecable, es razonablemente aceptable, así como la limpieza. El problema es otro. Muchas de sus tiendas, tal vez un porcentaje que pudiera rozar el 50, tienen sus santamarías abajo. Una de las principales atracciones para los muchachos que éramos en los años 70, unas rampas mecánicas que comunicaban la planta baja con el piso superior, fueron eliminadas, y ahora son simplemente una construcción en cemento. Una antigua joyería que todavía mantiene sus vidrieras a la vista del público, muestra una colección de cajitas destinadas a la salvaguarda de joyas preciosas, abiertas y vacías, desparramadas sin orden ni concierto. Una tienda de ropa masculina, cerrada hace años, todavía tiene en sus vitrinas la moda de varias temporadas atrás; me dio la impresión de que sus dueños, un buen día, pasaron el cerrojo de las rejas y se fueron sin recoger nada, sin mirar atrás, y los maniquíes quedaron vestidos con prendas que van envejeciendo sobre sus cuerpos atemporales. El negocio de sonido para vehículos, en donde todos los audiófilos que queríamos gozar de la mejor calidad musical en nuestros carros visitamos alguna vez, hoy ofrece chucherías electrónicas sin ninguna gracia. La antigua casa del fumador tiene sus letreros tapados con una gruesa capa de pintura, que obliga a adivinar qué cosa anunciaban antes. El supermercado, que alguna vez fue famoso por la sección de pescadería, en donde podíamos conseguir los mariscos y los pescados más frescos de la ciudad sin necesidad de ir a los mercados municipales o bajar al “mosquero” de La Guaira, hoy tiene más o menos el 30 % de su área ociosa. Fue triste constatar su lento desmantelamiento. Y es admirable el espíritu de los comerciantes que quedan, que pese a todo luchan por la supervivencia de ese lugar, en donde edificaron sus sueños y hoy amenaza con su desaparición.

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