lunes, 19 de agosto de 2019

La onda nueva suena de nuevo





La onda nueva es el género que me puede reconciliar con la música popular venezolana. Sin ser un experto en el tema, con conocimientos prácticamente nulos en temas como armonías, escalas, fusas y difusas, reduzco todo a una cuestión de gustos. A pesar de haber forjado mis gustos musicales alrededor del rock, y en segunda instancia del jazz, hay algo en el sonido propuesto por Aldemaro Romero que “me hace click”. Tal vez sea el ritmo particular, el esqueleto sobre el que se edifica todo el movimiento, que evoque algo reconocido por mí como parte de mi herencia musical. Lo cierto es que, sin tener ni una sola grabación de onda nueva en mi casa, es un sonido familiar y grato.
Lo pude constatar ayer en el homenaje que le rindió este domingo 18 de agosto la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho a Aldemaro Romero, un grandioso espectáculo concebido por Federico Pacaníns. Bajo un cielo que al principio amenazaba con diluviarnos encima, pero que luego se transmutó en un estupendo atardecer, unos cuantos miles de personas lo atestiguamos. En un formato que ya conocíamos de otras experiencias con la banda de jazz latino del CVA, la puesta en escena nos propuso un viaje cronológico por la vida y obra de Aldemaro, tal vez (a lo mejor estoy cometiendo una imprudencia, o diciendo una barbaridad) el músico más universal que ha tenido Venezuela. O, por lo menos, uno de los más conocidos y reconocidos. Desde sus inicios en Valencia, pasando con su migración a Caracas, donde a fuerza de terquedad e insistencia fue penetrando en el cerrado y elitesco mundo musical de la capital; luego, su primer momento fulgurante, el de “Dinner in Caracas”, que lo hizo grabar en Nueva York una placa fundamental,  presente en las discotecas particulares más importantes de Venezuela, en los años 50, y por fin su consagración con el movimiento que lo hizo trascender, precisamente la onda nueva. Dieciocho canciones fueron interpretadas esa noche, por seis cantantes que, además de tener grandes aptitudes vocales, derrocharon escena. De esas piezas, todas las que fueron compuestas bajo los cánones del nuevo formato eran conocidas por mí. Algunas de ellas tal vez tendría yo  unos treinta años sin escucharlas, pero las tenía grabadas en algún sector cerebral, pues me sorprendí tarareándolas.
Hubo algunos momentos bastante significativos, para mí. Uno de ellos fue propiciado por el guión que sirvió de hilo conductor del espectáculo, cuando el locutor de turno comentó que Aldemaro Romero se había presentado en ese mismo escenario, en el año 1956. Me imaginé la apertura de un portal temporal que comunicaba ambos eventos, que se produjeron con 63 años de distancia el uno del otro. Quién sabe qué persona habrá estado sentada donde lo hacía yo en ese momento, en esas gradas que hoy se presentan desgastadas por el paso del tiempo, pero que en el 56 estaban nuevecitas, con sus mosaicos completos y recién estrenados, bajo un cielo estrellado, mucho más estrellado que el que pudimos apreciar hoy. También me sorprendió una anticipación que experimenté: estaba pensando en la pieza “toma lo que te ofrecí” algunos instantes antes de que fuera interpretada; creo que el terreno se estaba preparando para ello, y lo intuí. Por último, me pareció muy conmovedora la presencia de la viuda de Aldemaro, la señora Elizabeth Rossi, quien ofreció unas sentidas palabras sobre su compañero por dieciocho años.
Mención aparte merece la orquesta. Bajo la eficiente batuta de la directora Elisa Vegas, brindó una actuación impecable y sentida. El sonido me lució impecable; un aplauso para quienes lo administraron desde la consola.Da gusto escuchar esa agrupación, compuesta por jóvenes músicos formados en el país. Si en medio de tantas adversidades podemos disfrutar de espectáculos de tal calidad, es razonable albergar esperanzas en un futuro promisorio.


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