domingo, 5 de abril de 2020

Bitácora del insilio. Día 24


Casa por cárcel, para toda la población mundial. Parece el sueño de un dictador supranacional, una distopía que bien hubiese podido urdir Orwell, o Huxley, por nombrar sólo a dos escritores que dedicaron su pluma a describir escenarios extremos pero no imposibles. Hoy la realidad supera a la imaginación. Un enemigo invisible nos acecha potencialmente en cada rincón. Una tos audible, un estornudo inoportuno, despierta las alarmas. Nos miramos con recelo, aún acatando las normas de distanciamiento social. ¿Los guantes, los tapabocas serán barreras suficientes para protegernos del virus? Nadie lo sabe con certeza. Salir a la calle es una aventura, pero no de las buenas. Confío en que todo esto pasará, eventualmente. Pero la paranoia halla terreno fértil en nuestros ánimos sobrecargados, frágiles. Los expertos hablan sobre el fin del confinamiento, en los países desarrollados, para fechas entre junio y julio. ¿Y en los nuestros? ¿Tendremos la fortaleza espiritual necesaria para aguantar tres, cuatro, cinco meses más? Son los pensamientos que me invaden en las horas más oscuras.

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