jueves, 27 de junio de 2013

Tu recuerdo

Tu recuerdo aflora sin invitación previa
lo evoca cualquier nadería
se instala un rato a molestarme
y cuando me ve derrotado, se aleja.

lunes, 24 de junio de 2013

El valor de unos segundos



¿Qué son unos segundos más o unos segundos menos? Generalmente nada, una nimiedad. No dan para llegar tarde a una cita, ni para desesperar en una espera. Pero hay ocasiones en que pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte. Unos segundos por exceso o por defecto nos pueden poner en situaciones de peligro, en el clásico "lugar y momento equivocados".

Esta mañana de lunes feriado  mi esposa y yo fuimos al Parque Del Este - así le digo desde que tengo uso de razón, y no le voy a cambiar el nombre cada vez que al político de turno se le ocurra rebautizarlo - a dar un par de vueltas y de paso tomar algunas fotos, que es uno de nuestros hobbies. Habíamos planeado ir temprano, para evitar las aglomeraciones y el calor, pero al final nos dio pereza madrugar y salimos más tarde, como a las 7:32. Llegamos al parque a las 7:42 con 23 segundos. Hicimos nuestras vueltas de rutina, 2, a la velocidad acostumbrada, y después paseamos tranquilamente por el parque, haciendo tiempo para ir al automercado, y aprovechando para buscar tomas inéditas para nuestro ya abultado álbum de fotografías del parque. Cuando terminamos, a eso de las 8:51 con 37 segundos, nos fuimos a la taquilla a pagar el estacionamiento; teníamos tres personas delante, así que a las 8: 53 con 12 segundos cancelamos el pírrico importe, un Bolívar Fuerte. A las 8:55 con 7 segundos abordamos el carro. A las 8:57 exactas estábamos saliendo del estacionamiento. Tomamos por La Casona con la intención de seguir hacia San Luis, para las compras que teníamos pendientes. A las 9:02 con 12 segundos estábamos transitando por la avenida que lleva a la transversal de Los Ruices que empalma con la Avenida Principal de esa urbanización, y en ese momento nos pasó una camioneta blanca, enorme, a una velocidad vertiginosa que no disminuyó al llegar a la esquina; no sabemos como no se volteó al cruzar; el conductor no frenó en ningún momento, no se detuvo a ver si venía algún vehículo. Por suerte no fue así, y no hubo ningún accidente, gracias a que no había casi carros circulando por ser día festivo. En algunos instantes supimos la causa de la prisa del imprudente chofer de la camioneta: lo venía persiguiendo un tropel de policías motorizados. Quien sabe cual delito había cometido: ¿un robo, un secuestro tal vez? Nunca lo supimos, pues estacionamos nuestro carro para darle paso a la nube de motos que tomaban parte en la persecución del fugitivo. Tampoco supimos si lo agarrarían, o si por el contrario lograría escapar. Esos hechos dejaron de ser noticiosos, y no aparecen en las   transmisiones radiales o las publicaciones de prensa.

No es mi intención ser dramático, sino realizar una simple reflexión.Tal vez lo que diga suene exagerado, pero no deja de ser cierto: no pude dejar de pensar en lo que hubiera podido suceder si en cambio de tres personas esperando en la taquilla del estacionamiento hubiera habido dos, o si en la cola para salir del parque nos hubiéramos tardado menos tiempo; si algún evento casual, en fin,  nos hubiera hecho salir unos cuantos segundos antes, provocando que nosotros ya hubiésemos estado en la transversal cuando el individuo de la camioneta en fuga la entrompó sin ningún cuidado. Tal vez a esta hora no lo estuviéramos contando. Tal vez nuestro vehículo hubiera resultado el obstáculo entre el hampón y su libertad, a costa nuestra. Unos segundos. Una tontería.

sábado, 22 de junio de 2013

Zíngara



Un librero amigo, Jesús Santana, conociendo mi afición por el rock clásico, me recomendó el libro "Zíngara: buscando a Jim Morrison", primera novela del escritor y guionista español Salva Rubio. No me dio mayores pistas sobre su contenido, pero supuse  por lo que sugería el título que podía ser de mi interés, y me lo llevé a casa. Lo terminé de leer en unas cuantas sesiones, espaciadas a lo largo de la semana. Aquí les dejo mis apreciaciones, tratando de no caer en ningún "spoiler" importante.

Mi primera impresión, debo confesarlo, fue de desconcierto. No se parecía en nada a lo que pensaba iba a ser el argumento del libro. Me esperaba una atmósfera imbuida en el espíritu hippie de la época, con viajes astrales provocados por sustancias prohibidas y apariciones de espíritus emisores de sabiduría. En cambio, me tropecé con un jovencito sabihondo - en mi cabeza lo asocié enseguida con Sheldon Cooper, y esa fue la imagen que me acompañó durante la lectura - torpe por su condición de salud, que tras su petulancia esconde  a una persona frágil en la esfera de los sentimientos pero poseedor de una fuerza insospechada. Y nos lleva en un "road trip" con sabores y olores hispanos, salpicado de anécdotas y peripecias muy divertidas, a lo largo de la geografía española. Nos topamos con unos cuantos personajes bien definidos, y unas situaciones bastante haladas de los pelos pero creíbles, al fin y al cabo. El ambiente de principios de los setenta está bien logrado, sobre todo tomando en cuenta que el escritor nació bastante tiempo después del espacio temporal en el que se desarrolla la trama. Se reconoce el trabajo de investigación realizado.

Algo que se le agradece a Salva Rubio es la selección musical que acompaña a la novela. Es un libro con "sound track", bastante bien escogido. Cada capítulo hace referencia a una frase de alguna canción de Los Doors, bastante relacionada con lo que sucede en él.

La prosa de Rubio es bastante fluida y amena, y su estilo narrativo -en primera persona y en presente durante casi todo el libro salvo en el prólogo y en el epílogo - da una agradable sensación de "tiempo real" que permite establecer  una gran empatía con el personaje principal, el cual al principio cae un poco pesado por su aires de geniecito adolescente, pero después se va volviendo más frágil y terreno, y uno llega a encariñarse con él. Más o menos lo mismo que nos sucede con Sheldon, al fin y al cabo.

En resumen, si bien no puede tildarse de obra maestra, Zíngara es una novela inteligente, bien lograda y que logra entretener, que es lo que uno como lector busca, al final del día.


miércoles, 12 de junio de 2013

El viejo y el ron (o el mojito y Ernesto)






Mojito cubano.

Ingredientes y utensilios necesarios:

1 ramita con hojas de Hierbabuena (5 a 7 hojas)

1 copita de jugo de limón

Azúcar blanca al gusto 

Hielo picado

1/2 taza de Ron blanco

1/2 taza de agua carbonatada (soda o agua mineral con gas)

Mortero, Cuchara, mezclador y 1 vaso alto. 


“Ernest Miller Hemingway (Oak Park, Illinois, 21 de julio de 1899 – Ketchum, Idaho, 2 de julio de 1961) fue un escritor y periodista estadounidense, y uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo XX. Ganó el Premio Pulitzer en 1953 por El viejo y el mar y al año siguiente el Premio Nobel de Literatura por su obra completa.” (Tomado de Wikipedia).


Preparación:


Triturar en un mortero las hojas de hierbabuena, el azúcar y el jugo de limón, hasta sacar todos los jugos y mezclarlos bien. 


El primer contacto deja una marca indeleble, que va a privar sobre todas las percepciones posteriores. Y si pasa en la infancia, la impresión es tal vez más profunda. Por lo menos eso suele sucederme: ciertos objetos, personajes, lugares, se me quedaron registrados en la memoria de determinada manera y a partir de ese momento pasaron a ser así para mí, aunque la realidad sea otra. Por ejemplo, Hemingway. Lo asocio siempre con la primera imagen que le vi: un señor barbudo, canoso, de mirada amable y escrutadora. Es el hombre mayor de la foto que acompañaba el primer artículo que leí sobre él, cuando tenía unos 10 u 11 años. Del artículo no recuerdo mucho; sin embargo la imagen fue tan poderosa que se me instaló en el cerebro de manera permanente.


Un viejo: así es en mi percepción. Sin embargo, no llegó a cumplir los 62 años, una edad que dista mucho de la ancianidad. Se puede decir que murió prematuramente, incluso para los estándares de la época. Pero a despecho de su duración, la cantidad de experiencias que acumuló a lo largo de su vida fue tal que hubiera podido servir para llenar 80 o 90 años: desde conductor de ambulancias en la Primera Guerra Mundial, pasando por su estadía en Francia donde formó parte de la infame generación perdida, corresponsal en la guerra civil española, cazador en África, autonombrado capitán de tropas en la Segunda Guerra Mundial, pescador en Cuba. Estuvo al borde de la muerte en por lo menos par de  oportunidades. Amante de los deportes extremos, boxeador aficionado, jugador compulsivo. Y bebedor. Gran bebedor. Protagonista de borracheras memorables, en donde se perdieron amistades y otras se volvieron mucho más sólidas. Cabe preguntarse si fue tan buen escritor gracias  a la bebida o a pesar de ella.


Luego, se pone la mezcla en un vaso alto, se añade el ron y se remueve muy bien todo, agregando al final los cubos de hielo, preferiblemente en estilo frappé (picado). 


Hemingway echó raíces en Cuba durante los últimos quince años de su vida. Tal vez quiso vivir de cerca la gesta que los barbudos de Sierra Maestra libraban contra Batista, aunque hay voces maliciosas que insinúan que su única motivación era pescar agujas en el Mar Caribe, con la comodidad que le brindaba el trópico. Lo cierto es que se encontraba a gusto en la isla, y asimiló sin problema alguno sus costumbres y sabores. Entre ellos, el ron. Dada su inveterada afición a todo lo que tuviera que ver con las bebidas alcohólicas, era inevitable que se volviera asiduo al destilado de la caña, producto que alcanzó en Cuba su máxima calidad. ¿Y cuál mejor manera de tomarlo que en esa combinación refrescante de azúcar, limón, menta y soda? Quiero creer que lo de Ernest y el mojito fue amor a primera vista. Y de por vida. Acodado en la barra de la Bodeguita del Medio, solo o acompañado, a media luz, escribiendo el borrador de El viejo y el mar, el vaso nunca lleno, el vaso nunca vacío. La hojita de menta masticada al descuido, el calor del ron recorriendo su interior, la chispa de la genialidad en cada línea que ensucia de tinta el papel rayado. Ya va, ya va. Ernest escribía en los locales públicos cuando vivía en París y era pobre, tan pobre como para no poder pagar un apartamento con calefacción, y en invierno para no congelarse iba a bares en donde lo dejaban estar si pedía una copa eventual y se instalaba a escribir en una mesita del fondo, en donde no molestara mucho. Ya para cuando vivía en Cuba era bastante rico, tanto como para tener una mansión con piscina, y había adquirido el hábito de escribir en las mañanas, en una máquina Remington, tal vez empantuflado, seguro en pijamas. E iba a la Bodeguita tan solo para impregnarse del color local necesario para su relato, o más seguramente para ligar con alguna mulata risueña y licenciosa, cuando su esposa no estaba cerca. Porque para él nunca fue problema conseguir compañía femenina: tenía ángel y cuentos de sobra para ello.


Por último, se agrega el agua mineral con gas o agua carbonatada.


Hemingway fue más personaje que escritor. O mejor dicho, permítanme  refrasear: Hemingway fue el mejor personaje de Hemingway. Cada novela suya tiene algún rasgo autobiográfico, así sea de soslayo. Tal vez vivió su vida como se la imaginó para sus obras. Trató de habitar siempre en parajes exóticos, ajenos a su natal Illinois; se involucró en situaciones riesgosas durante toda su existencia; trató de absorber para sí toda la riqueza de los hechos que presenció o protagonizó a lo largo de su vida. Y cuando determinó que ya había experimentado todo lo que podía, o necesitaba, se descargó un tiro en la cabeza. Así de sencillo. A lo mejor hubiera preferido que ese proyectil proviniera del arma de algún enemigo de la causa que estuviera defendiendo en ese momento, pero estaba ya demasiado cansado como para embarcarse en otra aventura. Así que se fue a Ohio, aceitó su fiel escopeta con la cual abatiera a centenares de piezas de cacería, le introdujo una bala, y combatió la última batalla de su guerra particular: aquella contra una vida ordinaria y aburrida.

martes, 11 de junio de 2013

Humedad

La mancha de humedad del techo
amanece cada día más grande
comienza a permear
y gotea sobre mi cama

gotas espesas, del mismo color de la sangre
que brotó copiosa de tu cuerpo
(que yace con la yugular cercenada)
en el piso de arriba.

sábado, 8 de junio de 2013

Una mano a las palmas del Jardín Botánico



Generalmente la monotonía del lunes a viernes es reemplazada por la monotonía del fin de semana: nos quedamos anclados a los mismos asuntos triviales, el juego de fútbol en la televisión, el paseo por algún centro comercial, la película que hemos visto en 20 ocasiones. A veces vale la pena experimentar cosas diferentes, actividades que uno jamás pensaría que iría a hacer porque se alejan demasiado de la propia zona de confort. Es cuestión de arriesgarse a ver qué tal. Este sábado nos tocó una experiencia de ese estilo: atendimos la convocatoria hecha por Cristina Vaamonde, de Una montaña de gente, para hacerle un cariño al Jardín Botánico. La tarea estaba dirigida a sanear el palmeto del jardín, que se encontraba invadido de malezas y parásitos. Nos congregamos cerca de las 8:30 de la mañana en la entrada del lugar, y allí conocimos a nuestros compañeros de labor. Éramos alrededor de una docena de personas de todas las edades; es inevitable mencionar a la señora Rosalía, quien desde sus bien llevados 80 años de edad fue de las más entusiastas colaboradoras en la actividad.

Nos dirigió la biólogo Yaroslavi Espinoza, quien dio una breve explicación sobre la actividad que llevaríamos a cabo y también nos advirtió los potenciales peligros que entrañaba: caracoles africanos, alacranes y culebras incluidos. Eso no amilanó a nadie, y nos dirgimos en cambote al área a intervenir. De manera espontánea la gente se organizó, armada con guantes, tijeras de podar e incluso machetes, y en un par de horas el sitio quedó impecable.

El Jardín Botánico es un hervidero de actividades, los sábados. En los amplios espacios gramados se reúne gente a realizar actividades de todo tipo, meditación, yoga, tai-chi. Resultaba simpático estar podando matas mientras ellos asumían las diferentes posiciones de sus respectivas disciplinas.

Fue una actividad gratificante, de bajo impacto físico - cosa que se agradece, dada las precarias condiciones  de un servidor - y favorecida por un clima benévolo, que de cuando en cuando nos rociaba con una lluviecita insustancial. Y de paso fue una labor educativa, pues Yaroslavi nos daba pildoritas de botánica prácticas y amenas.

Cerramos la jornada haciéndole mantenimiento a un vivero de palmas que clama por su recuperación, y quedamos pendientes por otras jornadas similares. Realmente la pasamos de lo mejor, como lo atestiguan las fotos a continuación, tomadas por Marianella Ferrer.












viernes, 7 de junio de 2013

Viernes




Suena la musiquita triunfal del celular anunciando que son las 4:40 am y ya es hora de levantarse. Como de costumbre, le doy la primera ojeada a las notificaciones de las redes sociales y los correos electrónicos, pero repentinamente el celular se cuelga, y no quiere arrancar, dejándome incomunicado.El maldito bicho no responde ni siquiera al manido truco de sacarle la batería. Lo dejo así, pues no hay tiempo. Me pre-alisto para la primera etapa del día, transporte de una de las herederas al metro, y mientras tomo el primer café del día se va la luz (por suerte hubo tiempo de que se colara). Paciencia, tocará hacer las cosas a oscuras. Regreso a casa y sigue la oscuridad. Procedo al alistamiento completo para ir al trabajo.Baño precario, agua fría. No me afeito, no vaya a cortarme.  Desayuno frío, por razones obvias. Ya en el carro, escucho las noticias que me lee la engolada y cavernosa voz de César Miguel: la inflación del mes de mayo fue de 6.1, la de alimentos del 10%, la anualizada roza el 30%. Y son apenas las 6:29 de la mañana.

lunes, 6 de mayo de 2013

Leer: 5° Festival de la lectura Chacao, 2013

Foto tomada de la página de Facebook del Festival


Ayer domingo 5 de mayo clausuró el festival de la lectura en los espacios de la Plaza Altamira. Desde el viernes 26 de abril estuvo abierto a un público ávido de ese tipo de experiencias: gente que necesita un desahogo, un escape a la situación agobiante del país. Un pequeño gran respiro, en suma.

Nosotros nos acercamos al festival en tres oportunidades: el 1° de mayo, aprovechando el feriado del día del trabajador, y las dos últimas fechas. En todas las ocasiones la plaza estuvo llena, y tuvimos la grata posibilidad de compartir con amistades recientes y añejas. Además de disfrutar de las ofertas propias del evento, que fueron muchas y variadas, el encanto estuvo precisamente en el rescate de ese ambiente relajado bajo el signo de la cultura, pero no una cultura solemne y acartonada, sino festiva.

El día sábado fue el que mayores satisfacciones me produjo: asistimos a una conferencia sobre la obra de Cortázar en general, con especial énfasis en Rayuela, dada la circunstancia de la conmemoración del cincuentenario de la novela. La ponente, la argentina Eva Tabakián, toda una experta sobre el tema cortazariano, nos dio un ameno paseo por la vida y la obra del genial escritor. Con anécdotas de primera mano nos fue contando la historia menuda de Julio, desde sus inicios hasta su lamentable muerte. Y nos ofreció una visión particular sobre el mundo de Rayuela, que reafirmó cosas que ya sabíamos pero también nos aportó elementos que no habíamos notado. En lo particular me sembró las ganas de releer la novela, bajo esa nueva luz. Acto seguido, nos movimos hacia el pequeño anfiteatro de la zona sur de la plaza, cruzando la Miranda, en donde disfrutamos de la música caribeña producida por Alfredo Naranjo y su Guajeo. Como siempre, fue un espectáculo memorable. No es sólo la maestría de la banda, en donde todos los músicos son profesionales de primera línea, sino el ambiente tan sabroso que sabe imponer Naranjo en sus toques. Parece un muchachito travieso, siempre buscando el momento jocoso y estimulando al público a divertirse. Hasta yo, que estoy dotado de dos pies izquierdos, no pude evitar sacudirme e improvisar una coreografía en los escalones del teatro al aire libre, lleno a reventar. Una jornada memorable, bajo todo punto de vista.

El domingo fue el destinado a la compra: dimos varias vueltas al circuito en busca de las ofertas de última hora, y regresamos a casa con un discreto botín literario, que de seguro suplirá las necesidades de lectura de los próximos meses. Ojalá esta iniciativa se mantenga durante los próximos años, la ciudad lo va a agradecer.

viernes, 3 de mayo de 2013

Papel toalé rosado



El automercado en donde suplo mis necesidades cotidianas de compra, después de días de ausencia total de existencias de papel higiénico, amaneció con los estantes destinados a esa mercancía llenos de papel propio de paraderos de carretera o de oficinas burocráticas - que vienen siendo lo mismo, en realidad: ese papel rosado sucio, el gris de los rosados, de consistencia parecida a la lija, sin las convenientes separaciones perforadas. El rancho de la higiene, el último escalón antes de llegar a las hojas de "El propio" o "Primera hora".

Y no es que uno sea demasiado exquisito, o demasiado sifrino. Es que,caramba, ciertas comodidades son irrenunciables. La vida ya es demasiado dura por sí misma para que también lo sea en ese momento tan cotidiano pero tan íntimo; someterse a la tortura de la limpieza áspera es cruel, no encuentro otro adjetivo mejor. Yo no vengo de una familia acaudalada ni mucho menos, clase media que comenzó siendo baja pero poco a poco fue mejorando en la escala social. Que yo recuerde, casi nunca hubo necesidad de escatimar a la hora de comprar papel. Siempre estaba acomodado en su portarollos el papel blanco, suave, convenientemente segmentado en cuadros uniformes, que no lastimaba con el roce. Hoy en día no es cuestión de dinero, sino de oferta. Ya no se puede elegir con qué material vamos a limpiarnos. Es el papel higíenico que esté en los anaqueles.

Lo que sucede con el papel acontece también con la mayoría de los rubros, por supuesto. Cada semana le toca escasez o desaparición absoluta a algún artículo básico para el día a día. Y las amas y amos de casa se ven sometidos a peregrinaciones de automercado en automercado, pasándose la voz: "en el Gama hay arroz", "llegó el Maceite al Plan Suárez" son los mensajes que más circulan por el BBM o por la mensajería de texto. Como en una caza del tesoro pasamos nuestro tiempo libre en la búsqueda de los víveres indispensables para nuestra dieta o nuestra calidad de vida.

Y tal vez no hayamos tocado fondo todavía. A lo mejor, dentro de unos meses, estaremos añorando la calidad del papel rosado sucio, mientras la foto de la sonreída "propia"  vaya acercándose a la zona anal para cumplir con la desagradable pero necesaria tarea higiénica. Limpiarse con una bomba sexy, el sino de los venezolanos del año 13 del siglo 21.

sábado, 23 de febrero de 2013

Redes sociales: del mundo virtual al real



Hay todo un mito negativo alrededor de lo pernicioso de las redes sociales: muchas historias (algunas reales, muchas inventadas) de episodios de secuestro, acoso, y por allí se van. Una gran paranoia global, aderezada por los temores que la misma red de redes potencia, alimentando el morbo colectivo. No niego que haya un peligro potencial asociado al manejo imprudente de la esfera virtual que constituyen las redes, pero quiero rescatar un aspecto positivo de ellas, y del cual fuimos partícipes el día de hoy.

En Facebook hay una "familia" de grupos dedicados a Caracas, la mayoría de ellos temáticos. Desde "Caracas", a secas, pasando por "Caracas en retrospectiva", "Caracas en flor", "Una sampablera por Caracas", "Caracas panorámica" y el benjamín, "Caracas Alada". Este último es una iniciativa de mi esposa, quien empezó a fotografiar aves desde la ventana de la casa, y cuando tuvo una cantidad decente de imágenes se le ocurrió fundar su grupo, como le dice ella, alado. Hasta el momento cuenta con 250 miembros, entusiastas fotógrafos en su gran mayoría, que nutren al grupo con sus capturas de aves de la ciudad. Y entre ellos hay biólogos y zoólogos aficionados que sacan de dudas cuando alguna especie nueva aparece. Es una actividad relajante, ojear el gran álbum fotográfico que esta gente está alimentando a diario. Poco a poco se ha ido generando una dinámica interesante, a través de la información que se comparte en ese espacio virtual. Pero el intercambio virtual fue quedándose insuficiente, y se empezó a generar la necesidad de hacer "algo más". Tras unas cuantas consultas y sondeos entre los miembros del grupo se logró una convocatoria a participar en una actividad fotográfica en algún lugar que se prestara para ello. Se barajaron varios sitios, pero al fin se decidió por un paraje bastante poco conocido, como lo es el Jardín Ecológico de la Concha Acústica de Bello Monte, iniciativa del profesor Luis Levin quien muy gentilmente, a pesar de estar convaleciendo de una operación, accedió a servirnos de anfitrión.

Y allí nos dimos cita muy puntualmente, a eso de las ocho de la mañana, unas 20 personas que compartimos esa afición. Nos fuimos congregando en las escalinatas de ese lugar, reminiscencia de anfiteatro romano, que conoció mejores épocas y ahora es utilizado por personas de la urbanización para ejercitarse, recorriendo a paso de trote cada tramo. Hubo gente de todas las edades, e incluso de otras ciudades, como Maracay. Todas ellas armadas con sus respectivas cámaras, dispuestas a fotografiar a las aves en ese hábitat creado a propósito para ellas. Una vez llegado el grueso de los participantes, nos dirigimos hacia nuestro destino final, situado en los altos de la Concha. El espacio del jardín es muy grato, y se compone de tres zonas principales: el área del comedero para los pájaros (y las inevitables ardillas, huéspedes inevitables y voraces); una charca dedicada a la cría de sapos y guppies, para evitar la proliferación de mosquitos, y un jardín de mariposas. Por desventura, el período del año no fue el más propicio, pues la sequía hace que disminuya la cantidad de especies visibles; sin embargo fuimos capaces de disfrutar la llegada de varias aves que tímidamente se acercaron a las frutas que llevamos, para satisfacer su hambre y permitirnos varias tomas fotográficas. El sitio presenta otras atracciones, tales como unas osamentas de vehículos que se desbarrancaron y ahora forman parte del paisaje, integrados al ambiente. Previo al recorrido, el profesor Levin nos habló de su creación, su propósito y su desarrollo en el tiempo. Después de la charla, la gente procedió a colocar en los comederos la fruta, y a aguardar por la llegada de la variada fauna del lugar. Luego de un rato de observación, nos dirigimos a las demás áreas del jardín, hasta llegar a un punto en donde el tránsito se dificultó sobremanera, dictando así el regreso al punto de partida, en donde estuvimos compartiendo largo rato con los asistentes al paseo.

Me gusta rescatar el aspecto humano del asunto: de una relación iniciada a través de algo tan frío como una pantalla de computadora y una conexión a internet, se logró una cálida interacción "en vivo", y lo más sorprendente del asunto es que la gente se trataba como si se conociera desde siempre, a pesar de no haberse visto nunca salvo por fotos. Me pareció una experiencia muy linda, y repetible en adelante. De hecho estuvimos conversando con el profesor Levin, quien está interesado en dar a conocer su proyecto, y quedamos en apoyarlo a mantenerlo con nuestro concurso, e inclusive a promocionarlo a través de los contactos que tenemos en las redes, y crear un grupo en Facebook dedicado a ese espacio.

Este es un pequeño ejemplo de lo que se puede lograr mediante las redes sociales: materializar en hechos concretos las iniciativas virtuales que nacen espontáneamente bajo la luz azulada de los monitores, a cuyo cobijo pasamos buena parte de nuestras vidas.