¿Será
que 20 años de incertidumbre, declive constante de la calidad de vida, paros
voluntarios e involuntarios, apagones masivos, nos prepararon para esta
contingencia? A más de dos meses desde que se informara el primer caso positivo
de covid-19, pareciera que la colectividad supo amoldarse a la situación. Por
lo menos eso es lo que percibo en mi entorno inmediato. No he visto escenas
conflictivas en los contados sitios que frecuento (a saber, el automercado, la
farmacia, la bodeguita –antes licorería- de Joao). En esos lugares la gente
hace su colita respectiva, sin quejas, sin apretujamientos, tanto para entrar
al local como para pagar al finalizar la compra. Claro, una cosa es la que
puedo registrar en mi urbanización de clase media, colindante con un barrio
poco conflictivo como lo es Altos de Lebrún, y otra la que sucede en zonas más
candentes, en donde las protestas son cotidianas, así como la represión
policial buscando acallarlas.
Pero la
realidad es la realidad: miro con terror el marcador de gasolina del carro,
cuya aguja se va alejando lenta pero inexorablemente del punto medio, y ya
comienza a rozar el temido cuarto de tanque. ¿Cómo iremos a hacer cuando se
acaben esos 10 litros de gasolina que acaso nos quedan? Llegará el momento en
el que ya no se podrá usar el carro, pues al llegar al nivel de reserva habrá
que tomar la decisión de utilizarlo solo para casos de emergencia. Entonces la
calidad de vida descenderá un escalón más, obligando a hacer las diligencias a
pie. Nada del otro mundo, por favor, pero si se pudiese evitar sería mejor. También
otras preocupaciones, algunas más mundanas que otras, boicotean el sueño. El
internet, la electricidad. El agua, sobre todas las cosas. No hay mente
positiva que aguante un escenario así: incomunicados, a oscuras, secos. Hasta
ahora no han fallado los tres a la vez, pero quien sabe hasta cuándo nos dure
la “suerte” (patético designar como un escenario afortunado el disfrute de
servicios que deberían darse por descontado). Mientras tanto, los barcos
iraníes que vienen a solucionarle el problema de la gasolina momentáneamente al
régimen parece que llegaron, o están por hacerlo. Algo que debiera ser
vergonzoso para un país petrolero se nos vende como una jornada épica en la que
se derrotó al imperio (apoyándose en otro imperio, el islámico, pero eso no
está escrito en su guion). Dudo que esa
gasolina alivie las penurias de la colectividad. Esa gasolina será, en una
enorme proporción, para el aparato policial, para los jerarcas, para los
militares. Para alimentar las SUV blindadas de los bolichicos que todavía viven
aquí. Pero para Pedro el taxista, Juan el busetero, Alcides el médico, no creo
que alcance. Es que hay prioridades, saben.